Venía
el otro día, en la moto, por la amplia, buena y protegida carretera que va de
Losa del Obispo a Casinos. La velocidad máxima es de 90 Km/h, como en todas las
carreteras convencionales, sean como sean.
Todos,
absolutamente todos, camiones incluidos, me adelantaban, porque yo iba a 90
“clavaos”. Y algunos de los que me pasaban miraban como diciendo, este tío es
tonto.
Y sí,
esa es la sensación que tenía, la de ser tonto, la de ser un perfecto
gilipollas. Pero seguía a 90, cuando el cuerpo, la moto y la carretera me
pedían a gritos dar un acelerón y plantarme a 160 en un plis plas, por puro
gusto.
Pero
no. Seguí a 90, porque lo dice la ley y porque no quiero que me multen; o
mejor, porque no quiero que me multen y porque lo dice la ley. Por este orden. Porque
reconozco que si no voy más deprisa es por miedo a la multa, no por respeto a
la ley. Es decir, en este caso como en otros, respeto la ley por miedo, no por
convencimiento.
Porque
limitar en esa carretera la velocidad a 90 es pedir a gritos que la gente
cometa la infracción de pasarse por el forro esa limitación, por innecesaria e
incluso ridícula.
Y este
es el problema. Promulgar leyes y normas de difícil cumplimiento, por
inadecuadas e incluso absurdas, es forzar a la gente a su incumplimiento sistemático,
lo que deteriora gravemente el respeto a leyes y normas, a todas o casi todas;
por generalización.
Además,
a los que por miedo a la sanción, no por convencimiento, las respetamos, se nos
queda la sensación que ya he dicho, la de ser gilipollas. Y la conclusión es
demoledora, cumplir leyes y normas es de gilipollas. ¡Ojo!
En el
ejemplo que he puesto, la solución es fácil, o se cambia el límite de velocidad
en ese tramo, que sería lo lógico, o se lían a poner multas como locos durante
una temporada. Una de las dos.
Y esto
solo es un ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario