La
noche de hoy me parece actualmente una de las más tontas de todo el año, con
mucho. Es lo que pienso, y por muchos motivos. Y no es el religioso uno de
ellos.
El
mensaje del Evangelio es claro y rotundo. Si Cristo no ha resucitado vana es
nuestra fe, dice san Pablo. La Vida es lo que celebramos los cristianos, y la
Vida con mayúsculas. Esa tierra nueva en la que ya no habrá ni muerte, ni luto,
ni llanto ni dolor es nuestra esperanza. Y ante eso, todo el derroche de
imaginación macabra, sórdida, de mal gusto, de esta noche, resulta ridículo,
estúpido, cursi, patético, que significa que da pena, por si alguien no lo
sabía.
Pero
esto no es motivo para criticar que quien más y quien menos haga el mono esta
noche, o el pato, o el ganso, porque en una sociedad laica lo que la Iglesia
pueda decir afecta a quien afecta, y punto. Así debe ser. La fe no se impone.
Por eso
no puedo denostar, despreciar y ridiculizar esta fiesta desde mi fe. No tengo
derecho a hacerlo. Simplemente no la celebro, y desde esta perspectiva debería
respetarla.
Pero
resulta que no me merece ningún respeto, y que me siento con la libertad de
denostarla, criticarla y ridiculizarla. No desde mi fe, sino desde mi cultura,
y eso sí que nos obliga a todos. A todos los que estiman en algo su propia
cultura; pero ¡claro! para eso hay que tenerla y conocerla.
El
imperialismo expansionista cultural de los Estados Unidos sobre todo,
sabiamente aliado con el comercio, ha impuesto, con el beneplácito de casi
todos, una fiesta absolutamente ajena que ha conseguido arrinconar en un tiempo
record nuestras propias tradiciones.
Nuestras
comidas, nuestros dulces, nuestro teatro, nuestras leyendas, esas velitas que
las abuelitas encendían en las casas, los toques de nuestras campanas…
Todo
lo nuestro está siendo arrasado. Y todos tan contentos. Ni al bioparc se puede
ir sin encontrarte gilipolleces “jalobuinanas”. Y repito, todos tan contentos.
Y ante
esto, a los que no entramos en el juego nos queda poco margen. No salir mucho por
ahí, no abrir la puerta a niños si van en pandillita y si, como es mi caso,
tengo esta noche una cena de amigos en casa, advertir que no se admiten ni
disfraces, ni calabazas ni demás majaderías.
En
todo caso, y si al personal le apetece, podemos leer, a la luz de unas velas,
la leyenda de Bécquer, El monte de las ánimas, por ejemplo.
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