Quiero
compartir esta tarde fría, gris y húmeda, tan otoñal, un bonito poema que se
lee en la oración de vísperas de hoy. Es del jesuita José Luis Blanco Vega,
autor de muchos himnos litúrgicos.
Lo
conozcas o no lo conozcas, vale la pena leerlo despacio, sin prisas, ahondando
en todo lo que vamos diciendo, para acabar con estos dos hermosos versos, Tú
que conoces el desierto, dame tu mano y ven conmigo.
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.
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