Hoy es
un día para dar gracias a Dios por aquel 13 de julio, en el Balaitús. Por lo
que finalmente sucedió. Por eso no quiero dejarlo
pasar sin recordarlo.
Y como
hoy no tengo tiempo de más, voy a reproducir la entrada que escribí en el 25 aniversario del accidente.
Hoy,
13 de julio de 2016, desde Roma, recuerdo cómo hace 25 años sucedió en el
Balaitús algo que podía haber acabado en la más absoluta de las tragedias.
Con
unas palabras que escribí el año 2006, actualizadas, evoco uno de los días más
duros de mi vida de montaña. Un día en que la vida, en unos segundos terribles,
pareció desvanecerse.
Estábamos
acampados en los lagos de Arriel y salimos muy temprano. El día era azul, sin
una nube y agradablemente fresco. Objetivo: el Balaitus.
Por la
Gran Diagonal llegamos, franqueando la Brecha de los Sarrios, a la última
chimenea que nos conduciría a la cima. Serían las ocho de la mañana.
Era
una trepada fácil, divertida. Subí el primero, y cuando ya en la antecima hice
una foto a la chimenea por la que subían los chavales, un gran bloque de
granito de lo alto se desprendió y rodó abajo.
Fue
todo muy rápido. El grito de advertencia, la horrible sensación de que se los
llevaba a todos, el ver a José Francisco desaparecer en un abismo de más de 400
metros, y a alguien diciendo "¡está hablando, está hablando…!".
Una
cornisa, pocos metros más abajo, le había salvado la vida. Acabaron de subir
todos, bajé a por él, y encordándolo llegamos donde todos. Le dolía el tobillo
y llevaba heridas en la cara y los brazos. Ya juntos llegamos a lo alto del
Balaitus.
La
solidaridad de los que fueron llegando a la cumbre; el descenso directo con
Toni a Sallent; la noche solos, allá arriba, de Juancho y Rubén, en las
tiendas; el helicóptero subiendo por Aguas Limpias, alertado por una cordada
francesa que llegó antes al refugio de la vertiente norte, más próximo que el
pueblo; el viaje a Huesca, al hospital, con José Luis, a ver como estaba…No era
nada grave.
Y
luego el horror por lo que podía haber pasado. El miedo que queda en el cuerpo,
y que va creciendo, creciendo…, y el deseo de vencerlo. Los amigos que arriman
el hombro. Isabel lanzándome adelante, reconstruyéndome, diciéndome, ahora ve
al Mont Blanc, aunque tengas miedo, ve al Mont Blanc… ¡Nunca le estaré
suficientemente agradecido!
No. No
me resulta agradable evocar aquel día. Pero no sería justo olvidarlo porque sé
que aquella tremenda, de algún modo, nos hizo madurar a todos.
A mí,
personalmente, aparte de salirme las primeras canas de mi vida, me cambio la
forma de entender y vivir la montaña. La forma de entender y vivir la vida
misma.
Hoy,
quiero, en la eucaristía, darle gracias a Dios por todo lo que pasó. Por José
Francisco, que casi se nos va; por José Luis; por Toni; por Juancho; por Rubén;
por Isabel, que tanto me ayudó aquel verano y que sigue disfrutando conmigo de
nuestros queridos Pirineos. Por todo y tanto, quiero hoy, desde Roma, darle
gracias a Dios.
Y hoy vuelvo a darle gracias a Dios, pero desde casa; hogar dulce hogar.
NOTA:
Si quieres
ver fotos del viaje escribe en el buscador del blog las palabras Balaitús. Veinticinco años después. Irás a la entrada que he reproducido y a un enlace para verlas.
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