"Otra
consecuencia de este estado de cosas es la sobrevaloración de la diversión. Los
programas "divertidos" tienen mucho rating y el rating es lo supremo,
no importa a costa de qué valor, ni quién lo financia. Son esos programas donde
divertirse es degradar, o donde todo se banaliza. Como si habiendo perdido la
capacidad para la grandeza, nos conformáramos con una comedia de regular
calidad. Esta desesperación por divertirse tiene sabor a decadencia."
Este
texto de Ernesto Sábato tiene ahora una impresionante actualidad. Está escrito
pensado en la televisión, pero es extrapolable a todos los ámbitos de la vida.
Y señala además un problema que en estos momentos nos está costando muy caro. Y
lo que nos costará.
La
diversión, mi diversión, como un valor absoluto. Yo tengo derecho a divertirme
por encima de todo. A costa de los derechos del vecino, al margen del más
elemental buen gusto, en contra de cualquier valor, de cualquier principio
moral, del medio ambiente, de la salud de todos… Yo me he de divertir.
¿No es
esa enfermiza necesidad de diversión permanente una de las causas, no la única,
de los imparables rebrotes que amenazan con estrangularnos del todo? ¡Claro!
Pero hay que divertirse, por encima de todo hay que divertirse. Caiga quien
caiga, hay que divertirse.
En una
reciente entrada hablaba del significado etimológico de la palabra divertirse.
Divertirse, del latín divertere ‘apartarse’ y ‘desviarse de algo penoso o
pesado’.
Y en
esta etimología está la clave de la cuestión. El porqué de todo esto.
Necesitamos divertirnos en la medida en que necesitamos apartarnos, desviarnos
de algo penoso o pesado. El ansia desmedida de divertirse, que tan cara nos
está costando, ya antes de la pandemia, ahora más, indica que vivir, a mucha
gente, le resulta penoso y pesado. Por eso, porque el día a día es penoso y
pesado estamos desesperados por divertirnos, por huir de una vida gris,
agobiante, anodina, sin sentido. Y desde luego hemos de hacerlo nunca solos. La
soledad, aunque sea elegida, aterra. Nos hace falta la peña, el mogollón, el
ruido, el alcohol y lo que haga falta, con tal de huir de nuestra propia vida.
Sí,
sabe a decadencia. Y una sociedad decadente, un mundo decadente no puede hacer
frente a este inesperado enemigo. En esto tiene razón el imbécil de Trump; la
pandemia acabará cuando quiera acabarse. Lo máximo que podremos hacer es
mitigar un poco sus efectos; poco más.
Altura
de miras, solidaridad, justicia social, responsabilidad, capacidad de
sacrificio, respeto por los otros, son algunos de los mejores antídotos contra
el virus. Y de eso andamos escasos. Porque somos una sociedad decadente, y por
eso, y volvemos al principio, tenemos esa necesidad imperiosa, desesperada, por
divertirnos.
Que no
nos engañen los cantos de sirena de lo políticamente correcto. Ya veis que son
mentira. A la vista está.
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