El intento,
fallido ya, de encontrar el equilibrio entre salud y economía, y la necedad de
los políticos, ansiosos de mandar en sus parcelitas, llámense autonomías,
llevaron a levantar el estado de alarma mucho antes de tiempo. El resultado a
la vista está.
A una
primavera negra le está sucediendo un verano que acabará siendo más negro aún,
y que enlazará con un otoño cuyo color no quiero ni imaginar. Como dice la
gente que se entera de lo que de verdad pasa, estamos jodidos; pero bien
jodidos.
Y en
un país como este, sin remedio. Porque el remedio estaría en un mando único
frente al enemigo, y dejarse de mandangas autonómicas; y en gestionar la grave
situación con normativas claras y con severas sanciones, y no con
recomendaciones. Aquí y ahora no sirven para nada. Porque en otros países esto se vería
como lo normal; pero aquí no. Y así nos va. Y así nos irá.
Es en
estos momentos de crisis de verdad, de la que afecta a todos y rompe todo,
cuando las intocables tonterías ideológicas, los vicios nacionales y las malas
costumbres tradicionales, salen de esa Caja de Pandora que tenemos a nuestro
pesar, pero de la que tanto imbécil vive en esta tan maravillosa como absurda España.
Dice
hoy el titular de El País, España se
repliega ante la amenaza de una segunda ola de contagios por coronavirus. Y
lo que se replegará. Pero a ver quién tiene cojones, con perdón por la
expresión, de hacer lo que hay que hacer en este triste y angustioso momento de
la historia.
Y
conste que siento escribir esto y de esta manera. Es lo último que hubiera
querido hacer, y quien me conoce, lo sabe; lo último. El verano se rompe.
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