Un
servidor, sin vergüenza ni rebozo, iniciaría una campaña, si tuviera poder para
ello, en favor de los conguitos y la empresa que hay detrás de tan conocido y
simpático dulce.
Me
quedé estupefacto cuando escuché por primera vez que eso de los conguitos era racismo. Tras la estupefacción vino el golpe de calor ocasionado
por la rabia que me da descubrir que hay gente que piensa semejante sandez y
además se atreve a hacer campaña de ello.
Entiendo
que se tiene que ser muy, muy, muy, muy imbécil, superficial y ridículo para
decir que llamar conguitos a los conguitos, es racismo. Y sí, los insulto, y
con ganas y vehemencia, porque estoy ya muy harto de escuchar gilipolleces, que
se exhiben y airean sin pudor alguno, ni respeto a nadie ni a nada, y tener que
callar o responder siempre moderada y sesudamente.
Sí,
decir eso es una imbecilidad, y quien lo piensa gilipollas. ¿Qué pasa? Hasta el
moño estoy de oír tonterías, que a la postre no lo son, porque acaban calando y
creando una sociedad tan políticamente correcta, tan mona en ella, tan
edulcorada, que da nauseas.
El
racismo es algo muy serio y muy grave, porque ha generado y genera sufrimiento
a millones de personas; porque ha costado mucha sangre; porque la lucha por
abolirlo ha sido una impresionante epopeya, de las más justas y dignas de la
historia de la humanidad.
Y
meter en esa formidable aventura que ha sido y es la lucha contra el racismo,
el tema de los conguitos, es de mentecatos, de necios. Es un insulto y una
falta de respeto a todos los que han dado su vida en esa lucha.
A los
habitantes del Congo, ahora República Democrática del Congo, que son negros, no
creo que les moleste que nos endulcemos en España con esas bolitas
llamadas conguitos; como no creo que a un gitano le moleste que comamos
deliciosos brazos de gitano, sin ser antropófagos, ¡claro!, porque en ese caso
sí le molestaría. Y he dicho negro ¡eh!, sin miedo. No veo racismo tampoco en
llamar al negro, negro; al blanco, blanco; al moro, moro; al gitano, gitano,
siempre que lo hagamos como constatación de una realidad y con absoluto
respeto. La palabra es una herramienta; el que la utiliza es el responsable de
cómo la utiliza, no la palabra en sí.
Volviendo
al conguito. No tendría yo problema que en Holanda, por ejemplo, hubiera un
pastelito de tomate y plátano, por eso de la bandera, al que llamaran españolito. No vería ofensa, ni
asomo de racismo; y eso que no les caemos bien. Y mucho menos si está bueno y
es deseado, como el conguito o el brazo de gitano.
¡Ya
está bien de tonterías, por Dios! ¡Ya está bien! De verdad os lo, digo.
Compremos conguitos, muchos. Inventemos recetas con conguitos. Aunque sólo sea
por dignidad, y por el respeto debido a todos los que han luchado y luchan
contra el racismo. Por respeto a todas las víctimas que esta triste
manifestación de la miseria humana ha provocado a lo largo de la historia.
¡Comamos
conguitos!
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