Dice
un sabio refrán que en el pecado está la penitencia. Y es muy cierto. Tanto en
el ámbito religioso como en el social y psicológico es cierto. Y casi siempre
se nos olvida.
No
hace falta un Dios que distribuya desgracias y dolores como penitencia por nuestros
pecados, para así purificarnos. Ni que los papás o los profes inventen
sibilinos castigos como represalia a las “maldades” de hijos o alumnos, para de
este modo educarlos.
No.
Ese no es el camino, porque, como he dicho, en el pecado está la penitencia. Es
decir en todo aquello que hacemos mal está incluido el precio por haberlo hecho
mal. Y esa es la penitencia. No hay más que no impedir que las consecuencias
del pecado caigan sobre el pecador.
Porque
el mal siempre tiene consecuencias, y esas consecuencias, tarde o pronto, caen
sobre quien ha hecho el mal y muy a menudo se extienden sobre quienes no lo
hicieron. Porque el mal se reproduce y
se propaga como un virus, y de eso ahora todos sabemos mucho. Y es de esto de
lo que quería hablar en esta entrada.
Algunos
de los principales rebrotes se han producido en las zonas agrícolas de Huesca y
Lérida donde trabajan temporeros, a menudo sin contrato, y viviendo en
condiciones muy precarias. Y eso está mal hecho. Eso es pecado, aunque haya
quien no lo vea así. Y en ese pecado ha estado la penitencia.
Pero
esto mismo está sucediendo a escala mundial. Es mucho más fácil luchar contra
“el bicho” desde condiciones de vida sanas, pero hay millones de personas que
no tienen esas condiciones, y en ellas crece más rápidamente ese mal que acaba
extendiéndose por todas partes. En un mundo justo, donde todos tuvieran acceso
a una vivienda digna, a la sanidad, a la educación, a la cultura, esta pandemia
habría sido mucho más fácil de controlar y finalmente dominar. Pero esto es
pura utopía.
Algún "iluminado" decía que todo esto es castigo de Dios a un mundo empecatado de pies
a cabeza. No; ¡no tiene Dios otra cosa que hacer! Más bien pienso que en todo
caso se ocupará de ayudarnos a sobrellevar la dura penitencia que, como
consecuencia de haber creado un mundo injusto, estamos sufriendo.
De
algún modo, todo esto que está sucediendo está dejando muy al aire nuestras
vergüenzas, pero no hay que asustarse. Con una maraña de palabras tan
altisonantes como huecas y muy políticamente correctas, volveremos a cubrirlas
pudorosamente, envolviéndolas en vapores narcóticos en forma de homenajes y
otras mandangas, para que todo, al fin, siga como estaba.
Y es
que de verdad, en el pecado está la penitencia.
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