Mucho
se ha dicho hoy con ocasión del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz, y
cuando ocurre esto pasa lo de siempre. Habla quien no debería hablar, porque no
todos los que lo hacen tienen autoridad moral para hacerlo. Se dicen muchas
tonterías, a veces por la obviedad de lo dicho, y otras porque lo son en sí
mismas. Y también se dicen cosas ciertas que quien las dice puede decirlas.
Releyendo
un poco por aquí, un poco por allá, he visto como hay quien sí pone el dedo en
la llaga que no es, por cierto que sea, “lo malos que eran los nazis”, sino la
ideología que eficazmente utilizada manipuló a todo un pueblo como el alemán,
ni mejor ni peor que otros pueblos, y lo arrastró a crear un lugar como
Auschwitz.
El
victimismo histórico, el revanchismo, la conciencia de ser diferentes y
superiores, el expansionismo, la utilización de la lengua para enfrentar y
dividir, la sacralización de símbolos, la manipulación de la historia, la
adulteración de la democracia, el nacionalismo exacerbado y excluyente, la creación
de un enemigo oficial a batir…
Esta ideología, con la que Hitler regó Alemania, sigue estando actualmente demasiado
presente, y con otros nombres, pero con el mismo veneno, sigue regando el
mundo. Y las semillas del mal, del mal en estado puro, esparcidas por doquier, reciben ese riego perverso y
germinan en demasiados rincones del planeta.
Por sus frutos los conoceréis, dice el Evangelio. Y es verdad. Cuando una ideología, un
“ismo” de estos de los que hay tantos ahora, no pone la dignidad, la libertad y
el bienestar del hombre, de cualquier hombre, por encima de todo, es hija del
mal.
No
quiero decir más, aunque la mano se pasea por el teclado con ganas de más. Pero
no. Hoy no. Hoy, por respeto a toda aquella gente que sufrió y murió sólo por haber
sido declarados “enemigo oficial”, callo.
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