La Mola de Segart al amanecer desde la casa donde estábamos. |
Esta
mañana he vivido un momento muy especial. Disfrutaba del paisaje de la cima de
la Mola de Segart, y de la compañía de un grupo de jóvenes de segundo de
bachiller que estaban en una convivencia en la que he tenido el privilegio de
poder colaborar.
El día
era brumoso y fresco, aunque un sol débil daba un agradable puntito de calor.
Tras un rato en la cima de contemplación y charla, les he leído unos breves
textos de Unamuno y después Ricardo las bienaventuranzas.
Y ha
sido en ese momento cuando ha sucedido. Algo sencillo, muy sencillo, pero que
me ha parecido, y no solo a mí, encantador. Ha sido un regalo.
La
escena era perfecta en su hondura y sencillez. La cima, las brumas, el bonito
texto de las bienaventuranzas, los jóvenes escuchando en silencio, atentos, y
entonces han llegado dos pajarillos y, sin mostrar miedo alguno, han empezado a
corretear muy cerca, entre nosotros…
¡Qué
bonito! Me he acordado entonces de san Francisco, ¡cómo no! Ha sido un momento absolutamente
franciscano. Hermoso y hondo. Sí, muy hermoso y muy hondo.
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