Hoy ha
partido a la Casa del Padre Vicente Ferrer, El Mañano, y quiero dedicarle unas
líneas por varios motivos; uno de ellos es que fue una de las primeras personas
que conocí en el pueblo, a él y a Azucena, su mujer, hace ya casi cuarenta
años.
Vi en
él una alegría, una humildad, una disponibilidad, una capacidad de entregarse a los demás que
me sorprendió. La entrega a su familia y su compromiso con la parroquia me
parecieron admirables.
Estaba
cómodo con él cuando ambos trabajábamos y disfrutábamos en aquellos tiempos, ya
lejanos, del Junior recién nacido. Y siempre lo estuve. Guardo muchos y buenos recuerdos,
pero hay uno que quiero hoy compartir en su memoria.
Era un
24 de diciembre y organizamos un Belén viviente en el río. A la señal de una
carcasa, los diferentes equipos del Junior salieron con sus monitores,
ataviados de pastores, con un hatillo de leña y regalos que luego fueron para
Cáritas, hacia la explanada bajo el puente viejo.
Una
vez allí se sentaron por grupos y encendieron fogatas. Cantaban y reían. Bajo
uno de los arcos, José y María esperaban al niño, mientras caía la noche.
El
espectáculo era sobrecogedor y quien nos anunció a todos que había nacido el
niño Dios fue Vicente, El Mañano, entonando en medio de un impresionante
silencio, Noche de Paz.
Cierro
los ojos y aún veo aquello, quizá algo brumoso por el paso del tiempo, pero lo
que sí recuerdo con absoluta nitidez es su voz, aquella Noche de Paz que no
olvidaré nunca. Y muchas veces, desde entonces, cuando paso por el “Camí de les
ánimes”, y miro hacia el arco que fue portal, me parece volver a aquella tarde
de Nochebuena. Y me acuerdo de Vicente.
Ahora,
ya vive para siempre en aquella paz a la que el cantó aquella noche, y sigue
viviendo aquí en su pueblo, en nuestro recuerdo, porque Vicente no fue sólo una
persona, fue un personaje, en el mejor sentido de la palabra.
¡Hasta
siempre Vicente!
No hay comentarios:
Publicar un comentario