Nos
dijo al despedirnos la dueña del hotel, parece que estemos bien, ¿verdad?, pero
no estamos bien, no estamos bien. Y yo le contesté, es cierto, no estamos bien;
nos amarramos a lo que podemos, pero no estamos bien.
Hablo
del hotel de un pueblecito del Pirineo al que, desde hace tiempo, vamos todos
los años con un grupo de amigos y al que este año fuimos nosotros dos solos.
Eran
los últimos días de agosto y habían conseguido pasar el verano sin un solo
contagio, pero sólo ellos sabían del esfuerzo, de la tensión, del estrés
permanente, del miedo constante y de la sonrisa en la boca.
Y de
la incertidumbre. Normalmente cerraban tras el puente del Pilar, pero este año
na sabían cuando cerrarían. Abrían en Semana Santa, pero este año lo hicieron
el 1 de julio.
Y otro
hostelero, amigo, cuando nos fuimos, nos dijo a distancia, os daría un abrazo,
os daría un abrazo, pero tengo miedo. Y estaba como nunca lo había visto,
cansado, tenso, triste… También estaba acabando un verano de lleno total, sobre
todo en agosto, sin un solo contagio. Pero sólo ellos sabían lo que les había
costado.
Quiero
con estas líneas rendir homenaje a todos los que han hecho posible un verano
limpio, en el Pirineo lo ha sido, en uno de los frentes más difíciles de todos,
el de la hostelería y restauración. Puedo dar fe de que han acabado agotados,
extenuados.
Ahora,
a ellos, les llega un tiempo algo más tranquilo, y se reaviva el infierno en
otros frentes, entre los que destaco el educativo del que quiero hablar en una
próxima entrada. Y es que esto es una guerra en la que, como en todas las
guerras, hay héroes y cobardes; hay traidores y desertores, hay quien habla del
sexo de los ángeles en el Cuartel General, y quien pelea en la trinchera, entre
el barro y el frío.
No, no
estamos bien. Aun yendo todo bien, no estamos bien. Y esta es la verdad, porque
en una guerra nadie en su sano juicio está bien.
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