Hace
ya tiempo que una plaga está acabando con los nopales, las chumberas que
decimos por aquí. Y es una lástima, porque aunque está incluida en el catálogo
de especies invasoras, la invasión vino en barco, de Méjico, hace 400 años, y
la planta en cuestión ya hace mucho tiempo que entró a formar parte del
ecosistema mediterráneo. Y es bonita. Sus flores, preciosas. Sus frutos, sanos
y comestibles, aunque no muy apreciados, y cuando forma grandes setos,
espectacular.
Pues
lo dicho, una cochinilla está acabando con ella sin que nadie haga nada por
evitarlo; para variar.
Los
nopales, aferrándose a la vida, se defienden produciendo nuevos brotes que
pronto son devorados por el bicho, más activo en verano. Por eso, aunque en el
invierno parecerá que resurgen, los largos estíos acabarán por borrarlas de
nuestros campos y montes en unos pocos años.
En
homenaje a esta bonita planta que durante más de cuatrocientos años ha formado
parte de nuestro paisaje, incluso que ha entrado en páginas memorables de
nuestra literatura, y que pronto nos abandonará, comparto esta foto que hice el
otro día, y un texto de Platero y yo en el que habla de ella.
En la foto
se ve un verde y limpio brote brillando al sol, surgiendo de lo que fue un gran
nopal, ya casi muerto. Es también todo un símbolo, ¿verdad?
Y
escribe Juan Ramón Jiménez, en el capítulo CXXXVI de Platero y yo, titulado A Platero en el cielo de Moguer:
Dulce Platero trotón, burrillo mío, que
llevaste mi alma tantas veces —¡sólo mi alma!— por aquellos hondos caminos de
nopales, de malvas y de madreselvas; a ti este libro que habla de ti, ahora que
puedes entenderlo.
Va a tu alma, que ya pace en el Paraíso,
por el alma de nuestros paisajes moguereños, que también habrá subido al cielo
con la tuya; lleva montada en su lomo de papel a mi alma, que, caminando entre
zarzas en flor a su ascensión, se hace más buena, más pacífica, más pura cada
día.
Sí. Yo sé que, a la caída de la tarde,
cuando, entre las oropéndolas y los azahares, llego, lento y pensativo, por el
naranjal solitario, al pino que arrulla tu muerte, tú, Platero, feliz en tu
prado de rosas eternas, me verás detenerme ante los lirios amarillos que ha
brotado tu descompuesto corazón.
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