Me han
dicho esta mañana, el pueblo está vivo, ya se ven niños con sus papás yendo al
cole. Y sí, es cierto, es esa imagen tan cotidiana uno de los signos de que un
pueblo vive, de que tiene futuro.
Sólo
las tristes mascarillas recordaban que no es una vuelta al cole como la de
todos los años. Incertidumbre, preocupación y miedo están en el ánimo de todos
los que hoy se ponen al pie del cañón; maestros y maestras, papás y mamás, y
tanta gente que de un modo u otro están alrededor de ellos.
Y
luego, los niños verán caras enmascaradas y no podrán ni abrazarse a la seño,
ni siquiera tocarla, y en su zozobra de los primeros días de cole no tendrán
donde amarrarse. Y no lo entenderán.
Tiempos
duros, tiempos recios nos está tocando vivir a todos. A los niños también. Y
hoy, de un modo especialmente intenso y doloroso. Intenso y doloroso no solo
para ellos, sino para sus papás, sus maestros, sus seños, que tendrán que hacer
de tripas corazón, soportando una situación que nunca hubieran imaginado.
La verdadera educación necesita del contacto humano. Desde la seño que arropa al casi bebé, hasta el profesor que, tras pausada y honda conversación, se despide, con un franco apretón de manos, del adolescente que buscaba en él luz para entender su vida. Y todos, siempre, a cara descubierta, porque es la cara el espejo del alma; y eso es verdad.
Ciertamente
que todo esto nada tiene de normal, ni siquiera de natural. Los niños necesitan
abrazos y besos, y los que no somos niños también; y lo demás son cuentos.
Me
niego a aceptar esta situación, porque aceptarla supone normalizarla. Y no es
normal porque va contra la misma naturaleza humana, contra lo más genuino de la
naturaleza humana. Arropar a un pequeñín que llora, mirar cara a cara al niño o
al joven que te interpela, abrazar al amigo…
No, no la acepto, de ningún modo la quiero. Y le pido a Dios, este día gris, que acoja como oración el llanto de esos niños a los que nadie podrá
abrazar esta mañana. Y el miedo contenido, y la triste impotencia que en colegios y familias están mascado
a duras penas.
Por
dignidad, por solidaridad, por tanta gente a la que quiero, por tantos niños
que hoy lloran sin consuelo, no acepto, no me adapto, no me resigno, no
“normalizo”, y rezo desde mi rabia, que es lo único que puedo hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario