Ciertamente
ha sido hoy un día muy especial para mí. No me he incorporado a mi puesto de
trabajo después de las vacaciones. Estoy jubilado, y poco a poco empiezo a
darme cuenta de ello, porque entre confinamiento y vacaciones estoy teniendo un
inicio de jubilación muy raro. La sensación ha sido agridulce, claros y
oscuros, luces y sombras.
El
inevitable alejamiento de mis compañeros de toda la vida con los que he vivido
tantas y tan intensas experiencias; el no volver a entrar en un aula,
abriéndose una grieta entre los niños y jóvenes y yo, que también inevitablemente
se irá agrandando; mi trabajo con los padres, tantas veces gratificante; la
plena conciencia del paso inexorable del tiempo… Todo esto eran sombras en mi
ánimo esta mañana gris.
Pero
también había luces. El recuerdo de esa despedida que alumnos y compañeros me
hicieron, que desbordó todas mis expectativas curando cualquier herida que
pudiera quedar tras 38 años de “combate”; el dejar atrás un sistema educativo
en el que, desde que acabó la EGB, nunca estuve a gusto, y que al final me
resultaba insoportable; el haberme librado, por pelos, del impacto brutal de la
pandemia en los colegios; el tener tiempo libre, largamente deseado y nunca
suficiente… Las luces brillaban también esta mañana.
Pero
lamentablemente, sobre este juego de claroscuros, sobrevolaba algo siniestro, el
maldito virus, que hacía las sombras más negras y quitaba brillo a las luces.
Por
esto, aunque yo estoy ya fuera, en mi ánimo están, de un modo muy intenso, mis
compañeros, los niños y jóvenes del cole, y cómo no, Isabel. Todos tienen ante
sí ahora una dura y difícil tarea; muy dura y muy difícil.
A
todos les deseo, os deseo, con todo mi corazón, que os vaya muy bien, y que no
esté lejos el día en que, a cara descubierta, nos abracemos de nuevo y
recordemos lo duro que fue. El día en que al fin podamos celebrar que este
infierno ya es historia.
Y pido
a Dios que así sea, y que os ayude y proteja en el camino que hoy empezáis.
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