Hoy, a
las tres de la tarde y treinta y un minutos ha entrado el otoño. Es la estación
del año que más me gusta, por ella misma y porque tiene todavía por delante el
invierno y la primavera, que también me gustan.
Sí, también
es bonita la primavera, pero tiene sobre ella la amenaza del verano, la única
estación que no soporto. Quizás si viviera en Islandia o en la Patagonia no
escribiría esto, pero vivo aquí, a orillas del Mediterráneo.
Voy a
dar la bienvenida a la nueva estación, que espero se note pronto, con un poema
de uno de esos poetas cuya memoria es denostada y perseguida por el actual
régimen, por haber mostrado públicamente su adhesión al anterior, José María
Pemán. (¡Qué pena que no seamos capaces de superar la historia!)
Me
gusta el otoño, los cipreses y el verde de los pinares, como al poeta. La
tristeza y esa risa sin risa, no, no me gustan, y a Dios gracias no las siento.
Pero creo que es un hermoso poema. Y le acompañan tres fotos. Una de cipreses,
otra de pinares y otra de la tristeza sin palabras de un chopo solitario
aguardando el invierno.
¡Feliz
otoño, pese a los tiempos que corren!
Estoy
enamorado del otoño.
Adoro
los cipreses porque son
como
tu cuerpo, conjunción suprema
de
arquitectura y música.
Y
adoro
ese
verde con sol de los pinares
tan
parecido al verde de tus ojos.
Adoro
esa tristeza sin palabras
que
guardamos los dos como un tesoro...
Y esa
risa sin risa
que,
como una limosna,
por
caridad, le damos a los otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario