Hay un
poema que siempre me ha gustado mucho, no solo por lo que dice sino por cómo lo
dice. Está como himno en la liturgia de las horas y allí lo conocí hace mucho
tiempo.
El
otro día, releyéndolo, se me ocurrió buscar al autor. Es Alfonso Junco,
escritor mejicano, que a buen seguro estará ahora poco menos que proscrito en
España por los adalides de "su" libertad que nos gobiernan. Pero esto es harina
de otro costal.
El
poema dice así. Disfrutadlo.
Así:
te necesito
de
carne y hueso.
Te
atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto
y sinfonía de los cielos;
y, a
zaga del arcano de la vida,
perfora
el caos y sojuzga el tiempo,
y da
contigo, Padre de las causas,
Motor
primero.
Mas el
frío conturba en los abismos,
y en
los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un
fuego vivo necesita el alma
y un
asidero!
Hombre
quisiste hacerme,
no
desnuda inmaterialidad de pensamiento.
Soy
una encarnación diminutiva;
el
arte, resplandor que toma cuerpo:
la
palabra es la carne de la idea:
¡encarnación
es todo el universo!
¡Y el
que puso esta ley en nuestra nada
hizo
carne su verbo!
Así:
tangible, humano,
fraterno.
Ungir
tus pies, que buscan mi camino,
sentir
tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme,
como Juan, en tu regazo,
y
–Judas sin traición– darte mi beso.
Carne
soy,
y de
carne te quiero.
¡Caridad
que viniste a mi indigencia,
qué
bien sabes hablar en mi dialecto!
Así,
sufriente, corporal, amigo,
¡cómo
te entiendo!
¡Dulce
locura de misericordia:
los
dos de carne y hueso!
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