Ya sé
que mucha gente lo está pasando muy mal con la maldita pandemia, ¡y quién no!,
¿verdad? Y que la situación política es para exiliarse ya, porque vivir en un
país donde la gran mayoría no se entera o no quiere enterarse de que cada día
hay menos libertad y la democracia es más falsa, y de que otra vez, en nombre precisamente
de la libertad y la democracia, nos llevan al abismo, es para exiliarse.
Todo
esto lo sé. Quizá por eso, como tanta gente a lo largo de la historia, “me echo
al monte”. Es mi refugio; en realidad siempre lo ha sido. Y porque es mi
refugio sufro por él. Tampoco vienen días buenos para nuestros montes. Va a
llegar antes el poniente que las lluvias. Y eso es muy malo. Una seria y larga
“ponentá” se nos echa encima a partir del jueves. Lloverá, nevará, pero aquí
aguantaremos el odioso ventarrón seco, primero caliente y luego más fresco, a
saber hasta cuándo. Con todo lo que eso puede acarrear.
El
viento seco, sobre una tierra húmeda, puede ser hasta bueno. Sobre el secarral
que tenemos ahora es un castigo bíblico. Hace falta que llueva de verdad,
porque el agua es vida. A veces se pasa, pero a la postre, es vida. Desde
siempre.
Ya en
la Biblia hay muchas referencias al agua como bendición de Dios. Siempre me ha
gustado especialmente el salmo 65, en el que habla así de la lluvia.
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin
medida;
la acequia de Dios
va llena de agua,
preparas los
trigales;
riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los
deja mullidos,
bendices sus
brotes;
coronas el año con
tus bienes,
las rodadas de tu
carro rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se
orlan de alegría;
las praderas se
cubren de rebaños,
y los valles se
visten de mieses,
que aclaman y
cantan.
Ojalá
así sea en nuestra tierra. Que con la pandemia y sus consecuencias, y la
situación política, ya tenemos bastante desgracia.
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