Cuando
esta mañana he subido a la terraza me he encontrado con la desagradable
sorpresa de ver algo como una arenilla amarilla y unos pocos escombros por el suelo,
la mesa, el sillón, las plantas… Pronto me he dado cuenta de que en el ático de
la finca colindante estaban haciendo alguna obra.
Tras
limpiarlo todo he esperado a ver a alguien. Pronto he visto a un obrero al que
he llamado y le he pedido que llevaran cuidado. Me ha respondido que era muy
difícil acabar lo que estaban haciendo sin tirar nada abajo; que no era mucho y
que iban a pasar a limpiarlo ellos.
Todo
ha trascurrido muy correctamente, pero el pequeño incidente me ha hecho pensar
lo diferente que sería hacer las cosas pensando en los demás, poniéndonos un
poquito en su lugar. Porque a mí, que no me gustan los líos ni los malos
rollos, me hubiera bastado con que me hubieran advertido que iban a caer cosas
a mi terraza y que pasarían a limpiarla. Les hubiera dicho que no hacía falta,
que ya la limpiaría yo, y que gracias por avisar.
Pero
lo que no es de recibo es que suba yo esta mañana y me la encuentre hecha una
porquería sin que nadie me haya advertido de nada. Eso no está bien. Y no está
bien porque indica un desprecio por el otro, absoluto. Y ese desprecio por mi
terraza, mis plantas, mi rincón de lectura y por quienes vivimos allí, es lo
que me molesta.
Además, este modo de actuación, a menudo, acaba generando problemas que crecen y crecen hasta acabar, con demasiada frecuencia, en los tribunales. Y es que pensar en los demás, todos en esto fallamos muchas veces, yo el primero, suele ser, a la larga, un muy buen negocio.
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