Iba yo
hacia la pollería y delante de mí andaba un chaval joven que también iba allí,
pues entró en ella. Miré y vi que conmigo el aforo máximo estaba completo, así
que entré yo también.
Me
sorprendió que entrara justo allí, porque no me parecía tener aspecto de ir a
tal establecimiento, pero luego pensé que tampoco tenemos que tener un aspecto
especial los que vamos a las pollerías de vez en cuando.
El
caso es que, ya dentro, cuando la dependiente le atendió, le dijo que le habían
cobrado mal el día anterior, enseñándole el ticket. Me habéis cobrado de menos,
dijo, os debo cinco euros con cuarenta.
Una
amplia sonrisa iluminó a la moza que dijo a su compañera, muy alborozada, ya ha
aparecido lo que faltaba en caja. Y le dio las gracias al honesto cliente que,
tras pagarle y devolverle la sonrisa, ahuecó el ala; a fin de cuentas estaba en
una pollería, o sea se fue.
Y yo
me quedé la mar de contento de ver tan agradable escena. Honestidad y sonrisas.
Alegría sencilla. ¡Qué más se puede pedir en los tiempos que corren!
Y me
acordé de un artículo de Umberto Eco, leído recientemente, en el que decía que
los medios de comunicación nos intoxican la vida y la mente, destacando sobre
todo lo malo de nuestro mundo, y dedicándole comparativamente muy poco tiempo a
lo bueno, de tal modo que acabamos por verlo todo negro, feo y malo.
Y es
que el mal vende más que el bien, y como de lo que se trata es de vender…
Gestos
como este que tuve la suerte de ver, hay; y probablemente muchos más de los que
parece, porque si es verdad que hay mala gente, muy mala gente, también hay
gente buena, honesta, sencilla, que se da cuenta que le han cobrado mal y
vuelve a pagar los cinco euritos con cuarenta céntimos a la pollería.
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