Cada
vez que andando por los montes encuentro botellas, latas, envases varios, tirados
a un lado del camino o del sendero, no puedo evitar un pensamiento incómodo que
me lleva a hacerme una pregunta que aún nadie me ha respondido
satisfactoriamente.
A las
alturas que estamos, tras tantas campañas de concienciación y cartelitos la mar
de monos ellos, hay gente que sigue tirando basura por allá por donde anda
corre, pedalea o conduce, mostrando así que no tiene aún criterio para saber
que eso no se hace. Si esto es así, que lo es, me pregunto, si no tienen
criterio para hacer bien algo tan simple como llevarse la basura a casa, ¿cómo
van a tener criterio para saber quién puede gobernarnos, para saber a quién
votar?
Si
alguien no es capaz de guardarse el envase de gel ya vacío y lo tira tras
consumirlo a cualquier lado, es porque su capacidad de discernir lo que es
correcto o no lo es está muy menguada. Por esto, si algo tan evidente y
sencillo supera su capacidad de entendimiento, ¿cómo sabrá decidir a quién votar,
tarea esta infinitamente más compleja?
Este
es el punto débil de toda democracia.
Y no
estoy abogando por una democracia donde sólo votaran los supuestamente
inteligentes, porque el entendimiento al que me refiero no es consecuencia de
un cociente intelectual alto, sino de otras cuestiones más próximas a actitudes
ante la vida y el mundo.
A
menudo se nos olvida que nuestras conductas se rigen más por los valores y los
principios morales que tenemos, que por nuestra capacidad intelectual.
Por todo
esto, analizar el discurso político de los diferentes partidos a la luz de esta
reflexión es tan interesante como escalofriante. Cuanta más gente haya que tire
el bote vacío al borde del camino, mejor para esos políticos que basan sus
palabras y su acción en la manipulación pura y dura. No son todos, pero son
demasiados.
Mejor
para ellos y peor para la democracia.
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