Me he
desayunado hoy con una noticia terrible. El asesinato de un niño de nueve años.
Un monstruo, que ya había cumplido condena por matar a una mujer, ha sido el
autor. La gente del barrio, enterada, ha acudido al domicilio del asesino para
lincharlo. La Guardia Civil, a duras penas, ha podido detenerlo y llevárselo
indemne.
Estos
son los datos sobre los que los repugnantes programas de la tele, sobre todo
matinales, harán su agosto de audiencia, compitiendo en morbo y cinismo
televisivo; caras compungidas, frases lapidarias, pero el oculto deleite que
debe producir revolcarse impúdicamente en el dolor ajeno, sabiendo que eso me
produce pingües beneficios.
Yo no
quiero saber más.
Entiendo
a los que deseaban linchar a ese individuo. Me solidarizo con los guardias
civiles que, deseando pegarle un tiro al monstruo, como yo lo hubiera deseado,
han tenido que defenderlo de la justa indignación de los vecinos. Y me cabrea
el reportero que hablaba, casi reprochándolo, de que querían tomarse la
justicia por su mano. ¡Pues claro, imbécil! ¡Pues claro! ¡Que se hubieran
cargado a tu hijo!
Y es
que somos hombres, no ángeles.
Por
esto digo que no quiero saber más. Porque me dan igual las circunstancias, porque ya nada se puede
hacer, porque regodearse en el dolor, propio o ajeno, es algo profundamente
repulsivo e inhumano.
Me
quedo con una pregunta, con la pregunta más honda, más alta, más dura, ¿por qué
Señor? ¿Por qué consientes esto? Es el mal absoluto, sin justificación por
mínima que sea. ¿Por qué? Tendrás en tu seno, feliz para siempre, a ese niño,
pero el dolor monstruoso que su temprana partida aquí ha causado, el dolor
irreparable, el abismo de angustia y desesperación al que a muchos ha arrojado, no quiero ni pensar en sus
padres, nos lanza, una vez más, a revolvernos con rabia ante Ti, Señor. ¿Por
qué?
Y como
respuesta un vasto silencio, y nada.
Es
entonces, cuando ante el zarpazo del mal en estado puro, en ese silencio, aparece
Cristo en la cruz, frente a la nada, frente al vacío, dándole sentido a todo,
incluso al más radical de los sinsentidos.
Pero
soy humano, y a veces me cuesta verlo, mucho. Por eso, ante hechos como este, sólo me
queda pedirle a Dios que aumente mi fe, que la robustezca, que me ayude a creer
en la mañana de Pascua, que me ayude a creer que ese chavalillo estará feliz
junto a Él para siempre, que algún día, sus padres, su familia, sus amigos,
volverán a abrazarle. Y también le pido que hasta entonces no les deje solos en
el durísimo camino que les ha tocado recorrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario