Este
paisaje que podéis ver en las fotos, y que yo conocí siendo un imponente pinar,
tiene una triste historia, historia que no por previsible evitaron. Lo contaré
como un cuento.
Érase
una vez, hace muchos años, en un país muy cercano, el monte estaba habitado y
cuidado por el hombre. Laderas abancaladas y campos en lo llano, se
entremezclaban con los pinares de los que sacaban leña, por lo que estaban
limpios. Masías y corrales, unidos por sendas y caminos entre ellos y con el
pueblo “grande”, creaban una red de comunicaciones por la que transitaban a
diario carros, personas y animales.
La
ciudad quedaba muy lejos.
Pero
llegó el “progreso” y las cosas cambiaron. La gente fue dejando el monte para
irse, o al pueblo “grande” que se hizo más grande, o a la ciudad que se hizo
demasiado grande, y de mala manera.
El
monte, abandonado, reconquistó, poco a poco, todo lo que el hombre, durante
siglos le había arrebatado, y acabó cubriendo todo de árboles y plantas creando
un manto forestal, con un sotobosque intransitable, continuo y exuberante.
Muchas sendas y caminos se perdieron, y las masías y corrales se fueron
derruyendo.
Y
llegó el fuego, y lo arrasó todo.
Y a
casi nadie le importó ni le importa un bledo, porque si de verdad les importase,
todos llevarían más cuidado, y las autoridades habrían intervenido hace ya
años, no para apagar incendios, sino para evitarlos.
Y así
estamos.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado. Y ni fueron felices, ni comieron
perdices, ni codornices, ni lombrices, ni nada de nada.
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