Acostumbrados
a escuchar en los telediarios atrocidades, ridículas disputas políticas, sandeces políticamente correctas y banalidades
sin fin, todo convenientemente filtrado por las autoridades de turno, nos
sorprendió hace unos días a Isabel y a mí un rayo de luz que nos dejó
boquiabiertos.
Estaban
haciendo los deportes, que me suelo tragar no porque me interesen lo más
mínimo, sino porque luego va El tiempo, y eso sí me interesa, cuando hablaron
de alguien que había ganado una maratón y le había dedicado la victoria a su
madre.
La entrevistaron
brevemente. Iba en silla de ruedas a causa de una esclerosis múltiple que
sufría desde hacía 21 años. La señora decía estar muy feliz por lo que había logrado
su chaval. Hasta ahí, bien, normal. Pero luego, no recuerdo como lo dijo, ni
por qué, acabó con la frase, "y es que la vida es muy bonita". Y sonreía.
Nos
impactó, de verdad. Nos emocionó. Y pensé en cuánta gente, teniéndolo todo y
más, son unos perfectos desgraciados, y arrastran una vida oscura y triste,
sembrando oscuridad y tristeza a su alrededor.
No
quiero decir más. Prefiero dejar las palabras de aquella buena mujer
resonando, como campanas en fiesta, en el ánimo de quien quiera y pueda
escucharlas.
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