Esto serrrr cerebrro de niño deglutido por sistema educativo. |
Tengo
amigos, no pocos, que trabajan en educación, y cuando quedamos, con mucha
frecuencia los temas de conversación derivan inevitablemente hacia temas
relacionados con tan hermosa, y hoy triste, vocación. Yo escucho con una sensación
extraña, como debe tenerla un torero desde la barrera o un futbolista en el
banquillo, cuando ya han dejado atrás ruedos y estadios.
Pero
en mi caso, a la sensación de liberación a la vez que de nostalgia, se une la
de la indignación. Lo que me cuentan me enfada y me da muchísima rabia. Me he
anotado algunas lindezas para ir comentándolas en el blog. La de hoy voy a llamarle la evidencia no evidente.
Me
dicen que en los cursos, cursillos, cursetes y demás zarandajas a las que les
hacen acudir, la mayoría más de adoctrinamiento que de utilidad, se repite,
como un mantra, la expresión evidencia científica para subrayar la veracidad del
producto que les están vendiendo.
Dime
de qué presumes y te diré de qué careces, dice el refrán. Y aquí encaja
perfectamente. La pedagogía tiene muy poco de ciencia. Es en realidad filosofía, si uno
es honesto y tiene sentido crítico, o en la mayoría de los casos, pura
ideología disfrazada de ciencia.
Es
inaceptable ampararse en supuestas evidencias científicas para elevar a la
categoría de verdad indiscutible lo que no son más que dogmas de la ideología
dominante.
Cierto
es que las llamadas ciencias humanas disponen de una serie de herramientas para
poderse autodenominar ciencias, pero pese a ellas, deben tener una gran
humildad, pues su objeto de estudio está sujeto a tal cantidad de variables, a
su vez sujetas a otras muchas variables, que llegar a conclusiones
verdaderamente científicas es imposible.
Además,
los intereses políticos y la ideología dominante, marcan estrictamente los
límites en los que estas supuestas ciencias pueden moverse, con lo que nos alejamos
más todavía de poder alcanzar evidencia científica alguna.
En
todo lo relacionado con la pedagogía, contenidos educativos a impartir, el modo de
hacerlo, el aprendizaje de las lenguas, la disciplina en el aula, las
relaciones con las familias, la atención a la diversidad y otros muchos
asuntos, no hay evidencia científica que diga cómo hay que hacer las cosas. No
la hay.
Lo que
sí hay es la filosofía del centro, (hasta donde le dejan tenerla y si la tiene)
y sobre todo del profesor, más o menos determinada por la ideología oficial
dominante y su propia personalidad y formación. Y lo demás son cuentos.
Cuentos
que los voceros del sistema venden a las nuevas generaciones de docentes, ya
previamente manipulados por un sistema educativo que tiene de todo menos de
científico. Y tragan; ya los han preparado para que traguen.
Por
eso, como el torero o el futbolista en la barrera o en el banquillo, me siento
liberado, pese a la nostalgia, porque no sé cómo aguantaría tener que soportar
en un cursillo absurdo y forzado a alguien que me dijera que una sandez de las
de moda, políticamente correctísima, está avalada por evidencias científicas.
Igual, levantándome de la silla le decía, métase su evidencia donde le quepa, y
me largaba a hacer algo útil con mis alumnos. Y eso, evidentemente, me crearía
problemas.
Estoy
mejor como estoy.
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