Había
una base militar, de telecomunicaciones, no demasiado lejos de aquí. Cuando
regresábamos del Pirineo, sus luces en lo alto nos indicaban que nos
acercábamos a casa.
Fue
desmantelada porque quedó obsoleta, según tengo entendido, cerrándose con alambre
de espino y el consabido cartel de prohibido el paso, zona militar. Pero ya
sabéis, a los carteles sin vigilancia nadie les hace caso, el alambre de espino
se corta con las herramientas adecuadas y sí, sería zona militar pero allí no
había un alma.
Pronto
el vandalismo, propio de nuestra especie, se adueñó de las instalaciones
reduciéndolas a un montón de ruinas siniestras plantadas en un paraje
impresionante, precioso.
No sé
a quién pertenece ahora; si sigue siendo del ejército o ha pasado a otras manos,
pero cada vez que paso por allí en mis excursiones pienso ¡qué lástima de
sitio!
Situado
a considerable altitud tiene unas vistas espectaculares hacia los cuatro puntos
cardinales. Muy cerca, espesos bosques de pino alternando con páramos desnudos
y navas cultivadas. Cumbres y barrancos entre los que serpean pistas y sendas.
Crepúsculos de cuento y un cielo limpio, ideal para ver el firmamento. Nieve en
invierno y fresco en verano…
Sí,
¡qué pena de sitio! me digo. Lugar ideal para un hotel, un albergue, un
refugio… Pero enseguida pienso que mejor está como está. Incluso esas feas
ruinas me gustan más y son más respetuosas con la montaña que un centro
turístico de esos que, atrayendo masas, acaban destruyéndolo todo alrededor.
Aquellos parajes siguen siendo una naturaleza
solitaria, libre y casi virgen. Ojalá siga así muchos años. No vaya a pasarle
lo que a nuestra “Cova del Colom”, que al haber sido dada a conocer a través de
las redes sociales, está escribiendo el último capítulo de su existencia tal y
como la conocimos.
Pero
esto es tema de otra entrada.
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