Mañana
sábado, 27 de noviembre, hay convocada una manifestación en Madrid de Policía
Nacional y Guardia Civil entre otros cuerpos de seguridad. El motivo es la Ley de Seguridad Ciudadana que muy hábilmente
llamaron ley mordaza para facilitar, ante la opinión pública, su sustitución
por otra en cuanto les fuera posible.
El
asunto es más serio de lo que parece, y no es un problema solo de la Policía y
la Guardia Civil, sino de toda la sociedad, porque en esencia, la nueva ley
priva de efectividad muchas de sus actuaciones, dejándoles además indefensos
ante la delincuencia, sea del origen que sea; a ellos y a nosotros.
Quien
piensa esto es oficialmente fascista, pero como cualquiera que no piense como el
régimen dice que hay que pensar parece ser que lo es…, pues me atrevo a seguir.
Ya se
han ocupado la mayoría de los medios de comunicación de que creamos todos que es el Gobierno,
y no la policía o la Guardia Civil, quien está preocupado por la seguridad de
los ciudadanos. Lo que no sé muy bien es cómo, sin ellos, o con ellos
maniatados, piensan protegernos. ¿Tendrán poderes? Mágicos quiero decir, porque
los otros ya los tienen.
El
problema de fondo es el siguiente. Todo ser humano tiene derecho a la legítima
defensa, pero para no caer en una especie de “far west”, sin más ley que la del
revólver, el ciudadano cede al estado ese derecho para que sea este quien le
defienda, quien le proteja, si es necesario utilizando una violencia que debe ser
siempre proporcionada a la agresión recibida. Esto es un contrato no escrito,
pero esencial en cualquier sociedad que pueda considerarse civilizada.
¿Pero
qué pasa cuando la ley protege más al delincuente que al ciudadano y encima
priva a las fuerzas de seguridad de herramientas para poder defenderlo? El
contrato queda roto unilateralmente, y el ciudadano se siente estafado.
¿Y qué
pasa cuando los delincuentes pueden campar a sus anchas, sabiendo que la ley
les protege, y que la policía tiene muy difícil hacerles frente? El ciudadano
se siente indefenso.
¿Qué
hace un policía o un guardia civil cuando un niñato en un botellón, o en un
parque, molestando reiteradamente a los vecinos, se le burla en la cara, y él
no puede ni tocarlo, pues el susodicho le advierte que si lo toca lo denuncia? Y
sus amigachos lo están grabando todo en sus móviles, ¡Ojo! ¿Qué puede hacer? Decirle,
“venga hombre, no ves que estás molestando. Sé bueno y vete a casita, que ya es
tarde”.
¿Qué
hace un policía o un guardia civil cuando le tiran adoquines, queman
contenedores o vuelcan coches? Decirles, “nenes no seáis malos; y cuidado con
ese adoquín que tengo mujer e hijos”.
Además,
si nos fijamos bien, este mismo modelo social es el que se está utilizando en
la educación. Hay un paralelismo inquietante entre policías y guardias civiles,
y profesores. Y no quiero ahondar más en esto, de momento. Hacedlo vosotros
mismos, si os atrevéis.
Cuidado
con lo que está pasando, cuidado. O es torpeza, o responde a un plan oculto que
no sé a dónde nos quiere llevar. Y no creo que sea torpeza. De hecho, observad
cómo muy inteligentemente están subrayando estos días los nombres de personas y
partidos que públicamente apoyan la manifestación, para impedir que otros
muchos, que militan bajo otras siglas, y que también la apoyarían, se atrevan a
hacerlo. ¿Qué han hecho con la libertad de expresión?
Por todo esto y más, el sábado hay que estar del lado de los “buenos”; del lado de la Policía
y de la Guardia Civil, que ahora nos
necesitan, y decirlo sin ambages. Aunque en ese lado, y en este momento, haya también
gente con la que tienes muy poco o nada en común. Pero diez más diez suman
veinte, lo diga quien lo diga; hasta para Satanás 10+10=20.
Porque
nos jugamos mucho. Porque más allá de siglas políticas, y del falso y perverso
paradigma derechas-izquierdas (tan útil en situaciones como ésta), debemos
exigir a quienes nos gobiernan, sean quienes sean, que cumplan su parte de ese
contrato por el cual yo he renunciado a coger una escopeta y a liarme a tiros
con quien me joda la vida.
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