Lástima que no
se pueda fotografiar menores (cosa comprensible y lógica) porque hoy, nada más
a salir a la calle, nos hemos encontrado Isabel y yo con una foto de concurso.
La describo con palabras a falta de imágenes.
Bajaban por la
calle, hacia el instituto, seis o siete chavalillos que debían ser de primero
de ESO. Caminaban uno detrás de otro, equidistantes, en una correctísima fila
india, y todos, sin excepción, con el móvil en la mano, absortos en él.
Como digo, se
merecían una foto. Y el primer impacto nos ha dado risa, resultaba hasta
simpático. Pero como pasa con esos vinos que tras la degustación en la boca,
llega la retronasal, luego nos dio pena, mucha pena.
Iban al cole
solos, aunque fueran en grupo, cada uno en lo suyo, ajenos a lo demás y a los
demás, y en silencio. Y lo triste es que cada vez habrá más niños así y menos
de esos que andaban por la calle jugando, charrando, riendo, alborotando,
camino de su colegio.
No, la “foto”
no nos ha dejado buen sabor de boca. Era tan rotunda, tan perfecta que si se
hubiera podido hacer y se hubiera publicado, todos pensarían que estaba
preparada. Y no lo estaba; era la realidad pura y dura.
No voy a
entrar más en el asunto, porque habría mucho que rascar. Yo rascaré por mi
cuenta. Y si con esta entrada alguien rasca algo por la suya, pues para algo
habrá servido.
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