FRASES PARA PENSAR.

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QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

sábado, 22 de febrero de 2014

Aquella tarde en Collioure...

Texto escrito sobre la tumba de Antonio Machado en Collioure.

Hoy hace 75 años que murió en Collioure Antonio Machado, uno de mis poetas preferidos y quizá la puerta por la que entré a la literatura.
Leyendo sus poemas en las clases de literatura en la EGB y luego en BUP y COU fui descubriendo cómo a través del lenguaje se podía acceder a un mundo diferente, un mundo que por una parte sirve de refugio para mejor soportar las inclemencias de lo real, y que a la vez te sumerge en lo más hondo de ti mismo, para poder así regresar a él renovado.
Desde aquí, mi agradecimiento a los “profes” de literatura que me llevaron por esas sendas y mi agradecimiento a los alumnos que me han dicho de palabra y obra que de algún modo, humildemente, hice lo mismo con ellos.
Y quiero en este aniversario, acordarme de aquel viaje de fin de curso de 8º de EGB al Pirineo que acabó con una visita a Collioure y un homenaje a Antonio Machado, en cuyo cementerio reposa junto a su madre.
Habíamos estudiado literatura en serio durante el curso, en la EGB se estudiaba literatura en serio. Los alumnos sabían de qué iba. Yo, que ya había estado en varias ocasiones en Collioure, les había dicho que siempre hay flores frescas en su tumba, como dicen los libros. Así que nosotros hicimos también varios ramos de flores del Pirineo para llevárselas a Antonio Machado.
Recuerdo aquella tarde. Éramos muchos, alrededor de 60, pero al entrar al cementerio y ver la losa que cubre su sepultura, es lo primero que se ve al llegar allí, las voces se hicieron murmullo y el murmullo silencio. Había flores frescas. Y aquel silencio espontáneo de mis alumnos me sobrecogió.
Y como otras veces hago, salí de mi mismo y gocé la escena desde fuera y desde muy dentro. Un grupo de chavalillos alrededor de una tumba, a la sombra de unos cipreses. Unos dejaron los ramitos que habían preparado y otros recitaron varios poemas que se habían aprendido de memoria. Escuchar a un alumno allí en Collioure, en medio de un impresionante silencio recitar a Machado, es una experiencia que no se olvida, que un “profe” nunca olvida.
Como otras veces, la literatura se hace experiencia, conciencia, vida. Y entonces deja de ser una asignatura más. Experiencias como aquellas revientan las estrechas paredes del aula. Y el “profe”, consciente de haber facilitado, no más que facilitado, la conexión entre Antonio Machado y sus alumnos, se hace un lado, y deja, gozoso, que se produzca  el encuentro, más allá del tiempo y del espacio, entre un poeta, un hombre muerto en el exilio y un grupo de jóvenes con toda la vida por delante, para trazar en ella sus propios caminos, porque como Antonio el Bueno les diría, les dijo, “…caminante no hay camino, sino estelas en la mar” Estelas como aquel día, estelas que nos dicen, por aquí pasó un buen caminante, estelas que nos ayudarán a andar nuestro propio camino y que dejarán a su vez,  una estela para otros, para los niños, por ejemplo, que ya tienen muchos de aquellos alumnos.

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