Ni ha
llovido, ni llueve, ni lloverá. Esta primavera, recién estrenada, está siendo
pobre, no diría que fea, pero sí pobre. Pocas flores y raquíticas, romeros
secos, algo de verde y mucho polvo en los caminos y senderos. No hay charcos,
no hay agua ni siquiera en las pozas de los arroyos. Las fuentes languidecen o
dejan de manar.
El
agua es vida, y con la vida la tenemos asociada. Y la vida es un don de Dios,
es el don de Dios por excelencia. Por eso en la Biblia hay muchas referencias
al agua como regalo de Dios, como símbolo de vida.
Leyendo
hoy el salmo 64, me ha sorprendido el final que comparto a continuación.
Describe la alegría y la belleza de la tierra vivificada por el agua. El agua
como regalo impagable del Creador.
¡Ojalá
nos llegue pronto ese regalo!
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la
enriqueces sin medida;
la
acequia de Dios va llena de agua,
preparas
los trigales;
riegas
los surcos, igualas los terrones,
tu
llovizna los deja mullidos,
bendices
sus brotes;
coronas
el año con tus bienes,
tus
carriles rezuman abundancia;
rezuman
los pastos del páramo,
y las
colinas se orlan de alegría;
las
praderas se cubren de rebaños,
y los
valles se visten de mieses,
que aclaman
y cantan.
¡Qué
bonito! ¿Verdad?
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