Andaba
el otro día por una autovía bien conocida por mí cuando la limitación de
velocidad bajó a 80. Me aseguré, mirando
por el retrovisor, de que el cumplir la limitación no me supondría salir con
Roberta (mi moto) por los aires pasando así al otro barrio de un modo prematuro,
inesperado y súbito.
Bajé
a 80 Km/h y todo el mundo empezó a pasarme, camiones incluidos. Y a mirarme. Y
medité. Aquí algo falla. O yo soy un perfecto imbécil por respetar la
limitación de velocidad, o los imbéciles son los que haciendo de su capa un
sayo pasan olímpicamente de la señal de marras, o quien ha puesto ahí dicha
señal es el imbécil.
Y
claro, aunque el sentimiento me decía que el imbécil era yo, intenté que fuera
la razón la que me aconsejara para discernir quién es el imbécil. Me hice
entonces el siguiente planteamiento.
Las
señales están para ser respetadas. Si una señal no es respetada masivamente, y
más aún, si resulta más peligroso respetarla que no respetarla, no acierto a
entender qué diablos hace ahí esa señal.
Me
niego a aceptar que la casi totalidad de los conductores sea imbécil. Por lo
tanto aquí hay sólo dos imbéciles. Uno, yo, por respetar algo sin sentido.
Otro, quien puso ahí esa señal de máxima 80 y la mantiene cuando nadie la
respeta, por innecesaria y peligrosa.
Ahora
quedaba discernir entre los dos imbéciles quién era el más imbécil. ¿Quién puso
la señal o quien insensatamente la respeta, o sea yo y algún que otro tontarra?
Pero ese discernimiento lo dejo en manos de quien amablemente haya llegado a
leer hasta aquí.
Y es
que no sé a qué esperan para revisar las limitaciones de velocidad en nuestras
carreteras, muchas de las cuales están obsoletas, siendo inadecuadas,
difícilmente cumplibles y a veces muy peligrosas. Un ejemplo de esto está en la
autovía Mudéjar, en el tramo entre Sagunto y Barracas. ¡Imposible respetar la
señalización sin jugártela! ¡Imposible incluso el simple hecho de respetarla!
Pero
bueno, es lo que hay. Dicen.
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