Un
choque de trenes, y más si es frontal,
produce muchas víctimas. No sé si cuando los medios de comunicación ponen este
símil refiriéndose al problema del independentismo catalán, son conscientes de
esto.
La
vía unilateral elegida por Puigdemont y los suyos conduce inevitablemente a un
enfrentamiento institucional y social de consecuencias imprevisibles y, a buen
seguro, con un número elevadísimo de víctimas. Y ya tiene fecha, el 1 de
octubre.
Mi
planteamiento es el siguiente. Romper un estado democráticamente establecido, a
sabiendas del grave riesgo que esto entraña, y conociendo el impacto negativo
que en la sociedad tendrá, apoyándose en una más que ajustada mayoría
parlamentaria, es algo demencial, propio de los políticos más destructivos de la
historia.
Quizá
habría que recordarles a estos señores que su función, como la de todos los
políticos, es servir al bienestar de todos los ciudadanos, de todos, antes que
a los sueños, más que discutibles, de una mitad de ellos. Deberían entender que
si ellos se sienten legitimados por el apoyo de una mitad, el estado se siente
también legitimado por el apoyo de la otra mitad y además por una constitución
democráticamente establecida.
Otra
cosa bien diferente sería que el independentismo fuera una fuerza ampliamente
mayoritaria. En modo alguno lo comparto, pero en este caso lo democrático sería,
pienso yo, que España reconociera, con todo el dolor de corazón, que Cataluña
no quisiera saber nada de ella, después de toda una historia en común, plena de
luces y sombras, pero en común. Y tras este amargo reconocimiento consensuar
una solución a lo que sí sería un problema real, pues sería un problema de la
mayoría de la gente.
Pero
no es el caso. Antes de lanzarse a este insensata aventura, los que desean una república
catalana deben convencer a la mayoría de sus conciudadanos que eso sería bueno
para todos, que sería lo justo, que sería lo necesario y conveniente. Y que se
tomen todo el tiempo que les haga falta. Y cuando en unas futuras elecciones
saliera un parlamento ampliamente independentista, el estado no tendría más
remedio que asumirlo y obrar en consecuencia.
Pero
por lo que veo no es el sentido común más elemental quien les asiste. No
acierto a entender, por mucho que me caliento la cabeza, cómo van a donde
quieren ir, de la manera que están yendo. Puedo entender, que no compartir, el
destino de ese tren, pero no la forma de llegar a él, por una vía donde hay
otro tren que viene en dirección contraria, y es el que tenía la señal en
verde, por pura democracia.
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