A
veces me da la sensación de que estamos todos gilipollas, y perdón por el
palabro. Me da la sensación de que hemos perdido el sentido de la realidad a
base de quedarnos en la superficie de todo sin entrar nunca a fondo en nada.
Y
así nos va. Votar es esencial en toda democracia, cierto. Y aceptar el
resultado de las urnas, imprescindible para que eso que llamamos democracia
funcione. Hasta aquí todos de acuerdo.
Pero
yo creo que habría que ir más allá para que la democracia sea de verdad
democracia, y no una forma solapada de dictadura. A menudo la peor de las
dictaduras.
Voy
a poner tres ejemplos que me dan que pensar. El Reino Unido sale de la Unión
Europea, con todo lo que eso significa, porque un poco, muy poco más de la
mitad de los ciudadanos que fueron a votar así lo desearon. La interpretación
formal de los hechos: el Reino Unido vota salir de la Unión Europea. Y se actúa
en consecuencia.
Otro
ejemplo. Tras las últimas elecciones autonómicas, el parlamento catalán queda
configurado como independentista por un poco, muy poco más de la mitad de los
ciudadanos que fueron a votar. La interpretación formal de estos resultados es
la misma. El parlamento catalán se configura como independentista. Y también se
actúa en consecuencia.
Tercer
ejemplo. En las primarias del PSOE la mitad de los militantes que fueron a
votar eligen a Pedro Sánchez. Interpretación de los hechos: victoria
indiscutible de Pedro Sánchez en las primarias.
Con
criterios estrictamente matemáticos estas interpretaciones serían ciertas,
indiscutibles. Con criterios democráticos, entendiendo la democracia como el
poder de la mayoría, que es lo que en sentido estricto es la democracia, las
interpretaciones son enteramente falsas.
El
Reino Unido sale de la Unión Europea porque la mitad de sus ciudadanos así lo
han decido. La mayoría real está en los que han dicho que no y los que no se
han pronunciado por el motivo que sea. La mayoría de los ciudadanos británicos
no desean salir de la Unión Europea. Es la mitad o menos de la mitad los que
así lo han querido.
Lo
mismo podemos decir del parlamento catalán. Es la mitad de los ciudadanos que
han votado, menos de la mitad de la totalidad de los ciudadanos, los que
apuestan por la independencia.
Y
del mismo modo no han sido los militantes del PSOE los que han hecho secretario
general a Pedro Sánchez, han sido la mitad de los militantes, incluso menos de
la mitad si contamos a los que no acudieron a votar.
Éste
es el problema, el gravísimo problema de nuestras democracias que pueden dar al
traste con muchas de ellas. La democracia es la voluntad de la mayoría, no de
la mitad. Y ampararse en la aritmética para justificar la imposición de una
mitad sobre otra es algo profundamente antidemocrático y además deshonesto. Es
una forma de violencia grave.
Si
somos coherentes con la democracia deberíamos llegar, al menos, a dos
conclusiones, que veo obvias. La primera es que si se ha llegado
democráticamente a determinada situación política, económica o social, no será
legítimo cambiarla como no sea por una mayoría real, al menos dos tercios, y no
por la mitad o menos de la mitad de los ciudadanos. Caso este del brexit o de
Cataluña. La segunda sería que cuando en una institución, la persona que elijan
las bases de esa institución obtenga tan solo la mitad de los votos, o se hace
una segunda vuelta entre los dos primeros buscando la mayoría real, o por ley
se crean gestoras donde deberían estar representantes de ambas corrientes,
presididas, eso sí, por el “vencedor aritmético”, ya que no ha habido ningún
vencedor real. Caso este de las primarias del PSOE, o incluso de los gobiernos
de las naciones.
Hace
falta una refundación de la democracia si no queremos quedarnos sin ella. Es
imprescindible profundizar en la filosofía que inspira la democracia para
reencontrarnos con su verdadero sentido. Y es urgente desenmascarar los graves
atentados que se cometen contra ella en nombre de ella misma. Está en juego el
estado de derecho.
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