Tras
una mala noche en duermevela, en la que no distinguía muy bien lo que eran
fugaces pesadillas y lo que era la pesadilla real de saber que la Calderona,
una vez más, estaba en llamas, he amanecido triste, pesaroso y muy, muy "cabreao”.
Sé
que hay gente que no lo entiende, que no me entiende, que no entiende que algo
así me pueda afectar de un modo tan
hondo. Me sabe mal, pero no puedo evitarlo. La naturaleza ha sido para mí, desde niño, algo más que una
afición. Es uno de los pilares de mi vida, y quien me conoce sabe ya cuáles son
los otros tres.
En
los Pirineos encontré una naturaleza pura, salvaje, soberbia, y la amé. Pero la
de aquí, la que tengo a mano todos los días, siendo más humilde, estando más
humanizada, no es menos bella, y la amo también con todas mis fuerzas. Y cuando
digo amar, digo amar, querer, necesitar, ¡¡¡necesitar!!!
Y
estoy cansado de perder, año tras año, tantos caminos andados, tantos paisajes
mil veces contemplados, tantos rincones de paz y reposo donde he sido feliz. Y
estoy cansado de que nadie haga nada eficaz y coherente por evitarlo, porque sé
que si el monte se quema no es por el rayo dormido o “despìerto”, ni por el
desgraciado, en mala hora nacido, que le “pega fuego”, sino por el abandono
total, por haberlo reducido a parque de atracciones de fin de semana para los
urbanitas o a estadio para los deportistas.
Si
el monte estuviera limpio y en condiciones, los campos cultivados o al menos
despejados de matorral, y las pistas transitables, sería más difícil que hubiera
un gran incendio. El monte mediterráneo necesita de la intervención directa del
hombre. No es la selva.
Si a
los que se le detiene por provocar un fuego por negligencia se les “amarga la
vida”, y a los que lo provocan con intención se les encarcela un buen montón de
años, y cuando haya alerta por riesgo de incendios se les “invita” a pasar esos
días en un calabozo, bien comidos y bebidos, faltaba más, no empezarían muchos
incendios.
Si los
políticos fueran capaces de pactar un modelo de gestión medioambiental a muy
largo plazo y blindarlo frente a los vaivenes a los que nos someten con sus
ideologías huecas, sus enfrentamientos patéticos y sus corruptelas compartidas,
no habría incendios forestales y los que hubiera serían fáciles de controlar.
Pero
no. Sé que ninguno de esos “sis” condicionales se va a cumplir. Y me duele, y
me enrabia y me produce un hondo pesar y una gran sensación de impotencia. Por
mí, ya lo he dicho, porque con 61 años que tengo, y por larga que sea mi vida,
no volveré a ver tantos y tantos rincones como eran. Y por los niños y jóvenes, con los que he trabajado toda mi vida; porque incendio tras incendio, la
capacidad de regeneración de nuestros montes se agota. Y abrimos paso al
desierto.
Aunque
a veces pienso que en realidad esto ya da igual. Con que los niños tengan un
deporte que practicar, un centro comercial donde comprar y un móvil de última
generación, que más da todo lo demás. ¡Ah!, y que aprueben aunque no sepan.
Este
no es mi mundo. Estoy fuera de sitio, cada día más. Cada fuego más.
Cuanta razón tienes, que poco estamos valorando lo bonito, lo esencial de nuestro mundo, y nos rasgamos las vestiduras cuando vemos que no hay remedio.
ResponderEliminarNos las rasgamos y nos olvidamos. ¿Quién se acuerda ahora de los montes muertos de Gátova? Yo aún no me he atrevido a ir a ver cómo ha quedado lo que fue un paraíso tan lleno de vida como abandonado a su suerte.
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