Comparto
este bonito texto de la liturgia de las horas que, al menos para mí, tiene hoy
unas connotaciones especiales. Después de tantos y tantos días de encierro y de
parálisis, el ver cómo poco a poco la vida va abriéndose paso de nuevo,
teniendo muy cerca todavía las calles de nuestros pueblos y ciudades vacías, me hace sentir una tímida
esperanza, una alegría contenida e incierta.
Comienzan los relojes
a maquinar sus prisas;
y miramos el mundo.
Comienza un nuevo día.
Comienzan las preguntas,
la intensidad, la vida;
se cruzan los horarios.
¡Qué red, qué algarabía!
Mas tú, Señor, ahora
eres calma infinita.
Todo el tiempo está en ti
como en una gavilla.
Rezamos, te alabamos,
porque existes, avisas;
porque anoche en el aire
tus astros se movían.
Y ahora toda la luz
se posó en nuestra orilla.
Amén.
Me gustan mucho esos dos versos que dicen, Más tú, Señor,
ahora eres calma infinita. Cuando llego a ellos, inevitablemente me paro, y mi
mente vuela a esos rincones que conozco y que son para mí débil reflejo de esa
calma infinita.
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