La
incoherencia suele cobrar altos precios. En este difícil y largo proceso de
desescalada, la cantidad inaudita de incoherencias que está habiendo puede
acabar resultándonos demasiado cara.
Tengo
claro que manejar una situación como estas no es fácil. Pero el reconocer la
dificultad no debe impedir que
detectemos los errores e intentemos evitarlos.
Las
ganas de una verdadera, no nueva, normalidad, la urgencia de reactivar la
economía y la proximidad del verano, nos meten mucha prisa, y eso no es bueno.
Por eso estamos asistiendo a un desafinado concierto de normativas y decisiones
que no hace falta ser músico para darse cuenta de que suena a rayos.
Y es
que se están tomando medidas de seguridad excepcionales, engorrosas y a menudo
desagradables, en unos lugares, mientras en otros hay una inexplicable laxitud.
Además, esa incoherencia viene aderezada con continuas rectificaciones y cruces
de insultos y descalificaciones entre los políticos, para variar.
Todo
esto produce en el ciudadano confusión, perplejidad, irritación; sentimientos que hacen más
duro soportar el miedo y la incertidumbre que se ha apoderado de millones de
personas.
El
ejemplo más claro lo tenemos con las mascarillas. Gente que lleva mascarilla,
con lo desagradable y feo de narices que es, cuando no hace ninguna falta, y
gente que debería llevarla y no lo hace; y probablemente todos creen hacer lo
correcto.
Creo
que sobran prisas y falta coherencia. Entiendo las prisas, por cuestiones
económicas sobre todo. Por eso, si no hay más remedio que correr, hágase con
sentido común y reconociendo que 2x2 son 4, y no 7 un día, 9 otro, y 3 cuando
me interesa.
Pero
bueno; no se pueden pedir peras al olmo.
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