El 28
de enero de 2014 publiqué en el blog una entrada que voy a publicar otra vez,
tal cual, hoy, Día Internacional del Medio Ambiente. Creo que puede ser muy
adecuada para celebrar este día, ensombrecido este año por los estragos del
maldito bicho, cuyo nombre no quiero ni escribir.
Hace
bastantes años, cuando, con pocos medios, hacíamos “películas”, realizamos un
montaje de vídeo sobre la carta que el Gran Jefe Seattle escribió en 1855 al
presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce.
En
realidad, por los datos que he ido recogiendo, esa carta no existió tal cual la
podemos leer. Parece ser que un periodista recogió de alguna manera lo que en
un discurso dijo el Gran Jefe dándole forma. Posteriormente se han sucedido
varias versiones.
Pero
esto es lo de menos. La carta en cuestión, creo que sí recoge el espíritu y la
forma de vivir y pensar de todos aquellos pueblos que, a lo largo de la
historia, han alcanzado y gozado de esa comunión con la naturaleza de la que
tan lejos estamos en nuestra sociedad. Y de personas que, viviendo en entornos
“civilizados”, echan de menos esa otra forma de vivir, ya perdida, a la que
sólo nos podemos acercar parcialmente y de vez en cuando.
Actualmente
se ha convertido en un alegato ecologista, pero eso creo que la empobrece y
pervierte, porque desgraciadamente creo que el ecologismo ha sido fagocitado
por el sistema convirtiéndolo en una opción política más, a menudo
contradictoria. Por eso pienso que esta carta no puede ser patrimonio de una
ideología sino de todos aquellos que aman y respetan la naturaleza, no como
lujo burgués o signo de militancia política, sino como algo absolutamente
necesario para su vida.
A
continuación tenéis el texto de la carta y, pulsando el enlace, el vídeo que
hicimos. Curiosamente no he podido determinar la fecha ya que no aparece por
ninguna parte. Pero sé que ya hace mucho tiempo.
Somos parte de la tierra.Vídeo.
Somos parte de la tierra.Vídeo.
Nota:
Este vídeo tiene muy poca calidad pues es la digitalización de un VHS viejecito.
Además al subirlo a youtube me han toqueteado un poco la banda sonora por problemas
de copyright, pero creo que se puede ver.
El
Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere
comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de
amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos
que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues
sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego
a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la
palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las
estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo
se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para
nosotros una idea extraña.
Si
nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es
posible que usted se proponga comprarlos?
Cada
pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un
pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada
rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi
pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia
del piel roja.
Los
muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar
entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra,
pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es
parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el
caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos
húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos
pertenecen a la misma familia.
Por
esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar
nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos
reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y
nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta
de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para
nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los
ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos
la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a
sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los
lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El
murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los
ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas
y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben
recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos
también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le
dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos
que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de
tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que
llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita.
La
tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su
camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la
tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La
sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su
madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser
compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito
devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no
entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque
soy un salvaje y no comprendo.
No hay
un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda
oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto.
Más tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece
solamente insultar los oídos.
¿Qué
resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el
croar nocturno de las ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y
no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la
superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o
perfumado por los pinos.
El
aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten
el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo.
Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona
agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al
hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el
aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a
nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les
vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un
lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por
las flores de los prados.
Por lo
tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos
aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de
esta tierra como a sus hermanos.
Soy un
hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de
búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los
abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es
que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que
nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué
es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre
moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en
breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes
deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus
abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue
enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que
enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra
a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el
suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto
es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que
pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están
relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que
ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió
el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere
al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso
el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede
estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de
todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a
descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes
podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es
posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel
roja como para el hombre piel blanca.
La
tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos
también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus
camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando
nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la
fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les
dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este
destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos
sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones
secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la
visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué
ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué
ha sucedido con el águila? Desapareció.
La
vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
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