El
pasado Jueves fue Corpus, fiesta que hace ya tiempo, en casi todas partes se
trasladó al domingo siguiente, o sea a tal día como hoy.
Este
año ha sido diferente, como todo está siendo diferente. No se han adornado las
calles por las que pasa la procesión, ni se han montado los altares en las
puertas de las casas que tienen el honor de poder hacerlo.
Pero
sí se ha celebrado en el templo con una misa solemne y una pequeña procesión
interior en la que desde el altar mayor se ha llevado al Santísimo, en medio de
una lluvia de pétalos, mientras sonaban las campanas, hasta un altar montado en
la puerta de la iglesia. Después, el párroco ha salido a la entrada mismo del
templo y ha bendecido al pueblo, como hizo el domingo de Pascua, cuando la
pandemia golpeaba con más fuerza.
Ha
sido un acto sencillo, bonito y emotivo;
un acto que nunca hubiéramos imaginado vivir, pero eso es lo que tienen los
tiempos que corren; suceden cosas que nunca hubiéramos imaginado.
Pero
la esencia de lo que hoy celebramos, el alma, permanece. Es como si un viento
recio, muy recio, estuviera limpiando todo de polvo y paja, dejándonos sólo lo
esencial y poniéndonos en la tesitura de celebrarlo de otra forma, pero de
celebrarlo. Y no es que este polvo y esta paja sean malos, ni mucho menos; pero
en circunstancias como estas, el tener que prescindir de ellos, quizá nos ayude
a ver con más claridad lo que de verdad es importante. Y buscar otras forma de celebrarlo.
La
celebración de esta tarde ha estado muy bien. ¡Gracias a los que la habéis
hecho posible!
A continuación tenéis algunas fotos y un breve vídeo del momento de la bendición al pueblo.
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