FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 31 de enero de 2022

Hubiera sido un acto vergonzoso.


El éxito rotundo de Rafa Nadal, éxito por el que me alegro, nos ha hecho olvidar el culebrón que se montó por ese otro tenista, el primero del mundo, decían, que no se había vacunado y no quería hacerlo, parece ser.

Afortunadamente las cosas acabaron como tenían que acabar. Nadie está por encima de la ley, pero parece ser que había quien pretendía que eso no fuera así, y liaron bien el asunto abriendo un debate a nivel internacional muy digno de ser analizado.

Y eso es lo que muy brevemente voy a hacer, porque creo que en realidad no hay mucha tela que cortar. Somos los humanos perdidamente idólatras, ese el meollo de la cuestión.

Muy fácilmente elevamos a la categoría de dioses a determinadas personas que serán muy buenas en lo suyo, no lo dudo, pero que no por eso dejan de ser personas. Y claro, los dioses están por encima de la ley, por encima del bien y del mal, por encima de los mortales, la inmensa mayoría, que no han sido elevados a tal categoría; y deben ser adorados como tales.

Hay ámbitos donde esta tendencia a fabricar ídolos está muy arraigada. El deporte, el cine, la música, la política en menor medida salvo excepciones, son siempre terreno abonado para la idolatría.

Y el resultado siempre es nefasto. Para el ídolo que si se lo cree y se endiosa acaba rompiéndose y haciendo el ridículo, y para sus adoradores, cuyas vidas acaban en patéticas conductas y sin nada entre las manos, porque aquel al que adoraban, en el fondo, no era ni más ni mejor que ellos.

Solo hay un Dios, y si uno es ateo, ninguno. Pero ¡ojo! ninguno. El pueblo de Israel, ante la tardanza de Moisés, fabrica un becerro de oro, y lo adora. Es lo que hacemos ahora una y mil veces. Mucha gente, ante la ausencia de Dios en sus vidas fabrica becerros de oro, y los adora.

Sí, puede ser difícil creer en un Dios al que no vemos, envuelto a menudo en nieblas impenetrables y dolorosas contradicciones creadas por nosotros mismos; pero no lo es menos ser ateo de verdad, no un idólatra que dice que no cree en Dios, pero si cree en la superioridad absoluta de personas como él cuya grandeza estriba en jugar muy bien al tenis o al fútbol, en ser muy buen actor o director, en llenar estadios cantando, o en arrastrar países enteros a una supuesta guerra justa.

Esperaba el desenlace de esta historia no sin cierta inquietud, porque si el gobierno australiano claudicaba ante Djokovic, hubiera sido una vergüenza, un imperdonable  acto de idolatría. Menos mal que no fue así.

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