He
disfrutado esta mañana de estos sorprendentes árboles de Navidad. No son pues
un invento nuestro, la naturaleza ya los había inventado mucho antes de que
estuviéramos en el mundo.
Estaba
en un barranco, donde por cierto hacía mucho frío, y frente a mí, hacia el
este, se elevaba una empinada ladera cubiertas de pinos que también orlaban la
cresta.
El
sol, muy bajo todavía, iluminándolos por detrás, hacía brillar las agujas de
tal modo que el verde se tornaba de un blanco reluciente recortándose contra un
cielo muy azul, en una atmósfera fría y quieta, por fin quieta, donde volaban cual
puntos de luz los insectos que soportan tan bajas temperaturas.
Bonito
espectáculo gratuito. Solo hay que levantarse temprano, abrigarse bien y andar
un rato. Y tener tiempo para hacerlo, claro.
100 días sin llover. Solo 8 litros.
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