A propósito de algo que
sucedió hace unos días, escribo:
Desde
que hay vida en la tierra, mucho antes de que existiera el hombre, hubo, hay y
habrá una ley muy sencilla y clara que se puede formular de muchas formas. A mí
me gusta enunciarla así, el pez grande se come al chico. Esto ya se cumplía aun
cuando ni siquiera existían los peces, y eso que ya estaban aquí mucho tiempo antes
que nosotros.
Y si
bien lo meditas es lógico. Incluso mucha gente, a lo largo de la historia, ha creído
que por lógico es lo que debe ser. Y otros muchos, aunque saben en su fuero
interno que no es lo que debe ser, actúan acatando esta ley, y para ello maquillan
su comportamiento y lo justifican de mil formas más o menos peregrinas.
Desde
las aulas escolares hasta la política nacional e internacional, el panorama del
mundo es un mar en el que unos se comen a otros. Es como una inmensa orgía
caníbal.
Y la
causa, la de siempre, mil veces lo he dicho ya en este blog, tener cada vez más
poder, más dinero y más prestigio, “bienes” estos que suelen ir íntimamente unidos
y por los que el ser humano ha mostrado siempre un apetito insaciable.
Pero
ahora viene la sorpresa. Alguien, en un momento de nuestra historia, ya lejano,
dijo, y sigue diciendo, tras recordarnos que “el cielo es su trono, y la tierra
el estrado de sus pies” Is. 66,1.
“En
ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis
palabras”. Is. 66,2.
Y
mucho tiempo después, allá en Palestina, un tal Jesús, natural de Nazareth, añadió,
“sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo”. Mt. 20, 25.27.
No hay comentarios:
Publicar un comentario