Andando
por los montes me pasan a veces cosas curiosas. Ayer, sin ir más lejos, iba yo subiendo por un estrecho y pedregoso sendero hacia una cima muy poco
frecuentada de la sierra Calderona, cuando vi que bajaba en dirección contraria
una pareja.
Considerando
la actual situación que descosidamente nos tortura cada día, pensé que sería
difícil mantener la distancia de seguridad al cruzarnos, y lógicamente no
llevábamos mascarilla.
Entonces,
cuando ya estaban cerca, busqué salir unos metros del sendero encaramándome a
una peña que había tras unos brezos, para no correr riesgo alguno, ni incomodarles. Y eso hice. Allí me planté, “totieso”, esperando que pasaran.
Y
pasaron, pero sin verme, aunque parece ser que la moza algo oyó cuando abandoné
el sendero, pues le dijo al mozo, ¿qué ha sido eso?, a lo que él contestó, será
un pájaro.
El
caso es que como no me habían visto, y saludarles repentinamente desde la
espesura les podría dar un susto morrocotudo, opté por quedarme quieto y dejar que
se alejaran.
¡Ay!,
pero casualidades de la vida. De repente el mozo se paró, se volvió, y abrazó
amorosamente a su acompañante. El abrazó pronto dio lugar al beso y a sensuales
caricias…
Y allí
estaba yo, plantado, contemplando la escena, bonita por cierto, desde un
florido palco. ¿Qué hacer? Si les digo ahora, ¡hola, estoy aquí! el sobresalto
puede ser peor que si lo hubiera dicho antes. Si no digo nada y sigo
contemplando la escena…; pues no sé, no veía muy claro que fuera lo que tocara
hacer.
Al fin
me dije, porque ellos continuaban a lo suyo muy acaramelados, me voy sin hacer
ruido por detrás de unos matorrales para retomar el sendero ya más arriba. Y
eso hice.
Pero aunque
fui con cuidado, como no soy un guerrillero de esos que se mueven con extremo
sigilo, me oyeron. Y entonces el chaval, mirándome le dijo a su amada doncella,
el pájaro. Y se echaren a reír. Yo dije, sí el pájaro.
Y
continué mi camino riéndome y pensando ¡cuán bello es el amor, pardiez!
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