A
quien más y quien menos les hace ilusión poder volver a tomarse un café en un
bar, o quedar a comer en una terracita con no más de tres, ¡claro! ¡Natural!
Poder salir, aunque sea un poco, de esta vida de reclusión forzada puede ser un
aliciente para aguantar el día a día, que falta nos hace.
Pero
¡qué queréis que os diga! Sin intención de ser aguafiestas me temo que será un
pobre oasis en medio del desierto, porque estamos peleando contra un enemigo
equivocado. El verdadero enemigo, ahora, somos nosotros mismos, aliados
incondicionales del virus. El frente sanitario, exhausto, necesita el apoyo de
los frentes social y político. Y no lo tiene. Más bien actúan como aliados del
maldito bicho.
Dos
situaciones para ilustrar lo que digo. La primera, la viví un día de estos.
Regresaba a casa con las últimas luces del día, de una excursión, cuando ya
desde la montaña oí voces y carcajadas. Al poco pasé junto a una caseta
abandonada donde un buen grupo de gente montaba su fiesta, juntitos, sin
mascarillas, con sus litronas… No es la primera vez que veo “reuniones” como
éstas aquí, cerca del pueblo.
La
segunda fue la noticia que se van autorizar manifestaciones, ahora en marzo, de
no más de quinientas personas. Ya sabemos todos para qué y por qué; no digo más
porque me caliento. En un bar no podemos estar más de cuatro, pero para salir a
gritar a la calle las consignas propias de los tiempos que corren, sí pueden
juntarse medio millar. Y no hablemos de todo lo sucedido en las elecciones
catalanas, y de otras cuestiones que no quiero ni mentar. Y estos desacatos los
justifican, o cuando no se atreven a tanto, miran a otra parte.
La
gente imbécil, incapaz de aguantar la dura situación, y las autoridades
irresponsables e incoherentes que practican una política en función de su
ideología y no de las personas, son en definitiva el verdadero enemigo.
Es
algo así como un castillo sitiado, infestado de colaboradores de los
sitiadores. Caerá, inevitablemente caerá. La cuarta ola, entre unos y otros, la
están preparando muy eficazmente. Respiremos, con precaución, un poquito ahora,
antes de que venga.
Es lo
que temo. Es lo que pienso. ¡Ojalá me equivoque!
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