Por aquella noche le estaré siempre agradecido. |
Estando
de permiso en la mili, merendaba con unos amigos cuando escuchamos en directo,
por la radio, lo que sucedía en el Congreso aquella tarde. Al día siguiente,
como millones de españoles, salí a la calle en defensa de la democracia y la
Constitución.
Creo
que aquella experiencia me marcó en muchos aspectos de mi vida y me convenció
de que no es posible, ni siquiera moral, decir eso de que yo soy apolítico, no
quiero saber nada de política, porque la política, quieras o no, incide directa
e inevitablemente en tu vida, y pretender mantenerse al margen es dar cancha al
más poderoso, que suele ser quien peor lo hace. El que calla, otorga. ¡Cuidado!
El que calla otorga.
Hoy
estamos viviendo, pandemia aparte, un tiempo muy difícil. La Constitución y la
democracia llevan ya tiempo acosadas por las mismas fuerzas que impulsaron el
23F, las del totalitarismo. ¡Qué más da que se vista de fascismo, comunismo o
independentismo! Los planteamientos son esencialmente los mismos.
Yo
tengo razón, yo tengo la verdad, mi moral es la única válida. Por lo tanto
sobra el diálogo, sobra la negociación, sobra el consenso. El adversario debe
ser neutralizado y si es posible destruido. Porque el adversario es perverso,
nunca tiene razón, está manipulado por “las fuerzas del mal”.
Y el
problema es que ese adversario es palmo arriba, palmo abajo, la mitad de la
población. ¡La mitad! Y utilizando la aritmética parlamentaria de un modo
absolutamente antidemocrático, una mitad avasalla, ningunea, excluye a la otra
mitad, y a menudo la insulta y desprecia.
Era
evidente que a golpe de fusil y carro de combate se podía reventar la
democracia. Pero es menos evidente que utilizando la democracia como desde hace
mucho tiempo se está utilizando, también la podemos reventar. De hecho la
estamos reventando en nombre de ella misma. ¡Qué paradoja! Pero esto no es tan
evidente.
El
asunto es simple, y voy acabando, cuando la diferencia real (no numérica) entre
independentistas y no independentistas, o entre las llamadas izquierdas y
derechas (paradigma este que no explica la realidad, pero que se utiliza) no existe, que
una mitad imponga sus criterios a la otra, no es democrático ¡no lo es! Es esta
una actitud profundamente antidemocrática y totalitaria. Y genera violencia.
Lo
verdaderamente democrático, en estas situaciones, la que tenemos en España
ahora, es buscar entre todos un consenso que sea aceptable por una amplia mayoría de ciudadanos, no por la mitad de ellos. Eso sí es democracia, y eso sí
construye.
Eso es
lo que hicieron en la Transición. Y eso es lo que nos ha traído un largo
período de paz y libertad, un período de paz y libertad en los que han nacido y
crecido muchos de los que ahora se vuelven contra él.
Yo les
diría a estos nuevos golpistas, algunos en el Gobierno, hoy, 40 años después de aquel veintitrés de
febrero, cambiad lo que queráis, nada es para siempre, pero hacedlo como
hicimos entonces. Fue posible. Es posible. Y todos saldremos ganando.
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