La
violencia engendra violencia. Cualquier violencia, desde la de “guante blanco”
a la del “tiro en la nuca”. La diferencia entre una y otra está en que la
primera discurre oculta, disfrazada, crece en despachos, y la segunda es
evidente, a menudo callejera. Y normalmente es hija de la primera.
Por
eso, pretender que mucha gente plante cara directamente a la primera es muy
difícil. Pero a la segunda no lo es tanto. Y a eso voy a referirme, porque a
esa violencia evidente sí podemos plantarle cara.
¿Cómo?
En democracia sólo hay una forma de hacerlo. En las urnas. No votando a nadie (obsérvese
que no hablo de partidos sino de personas) que apoye, justifique o mire a otra
parte cuando personas o grupos ejerzan violencia física o verbal o la
enaltezcan del modo que sea y por el motivo que sea. Porque
el camino nunca es la violencia, y mucho menos en una democracia.
Reaccionando
ante la evidente, desarticularemos la oculta. Se trata de no escuchar los
“cantos de sirena” que, con hermosas palabras, nos llevan al naufragio.
Palabras tan hermosas como incoherentes, tanto en el plano del discurso en el
tiempo, como en el de su relación con los hechos.
Pero
claro, para esto hace falta un mínimo de sentido crítico y un espíritu libre de
prejuicios ideológicos. Y de que la gente no tenga ni lo uno ni lo otro, ya se
ocupan diligentemente los violentos de “guante blanco”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario