Entrada a Chulilla desde el río. |
Hay un
capítulo de Platero y yo, el cinco, que inevitablemente recuerdo siempre que
llego a un pueblo de noche tras, una excursión. Es uno de los capítulos que
leía a mis alumnos porque me daba mucho juego para trabajar con ellos tanto lo
que decía como el cómo lo decía, y porque es un texto absolutamente perfecto y
bellísimo. Y he de decir que a menudo reconocían esa perfección y esa belleza,
y yo me daba cuenta. Y gozaba de ello.
Habla
de que un día de marzo están él y Platero en el campo y se les hace de noche.
Regresan al pueblo por un húmedo camino entre vallados y huertos de naranjas.
Alguien se esconde a su paso. La noche es clara, limpia, fría. Pasan bajo un
almendro en flor iluminado por la luna llena; la descripción es impresionante. Cruzan
un arroyo. Un escalofrío, ¿miedo, el relente de la noche? Es miedo, pero ya se
acercan a la tibieza, a la seguridad del pueblo, y les parece que nunca llega…
A mí
no me da miedo el monte, haya o no haya luz, pero eso no significa que cuando
ando solo por un sendero en la noche, me resulte agradable llegar al pueblo, incluso
ahora, que suelen estar solitarios y tristes. Pero hay luz en las calles por
las que a veces camina algún transeúnte con la angustiosa mascarilla y por las
ventanas se ve vida en las casas.
Leedlo
y observad cómo es capaz de hacernos sentir la sensación de un escalofrío, la
sensación de miedo. Cómo describe el ambiente, noche, luna grande y redonda,
estrellas, flores, aroma a naranjas, arroyo, humedad, frío. El uso de los
puntos suspensivos es magistral, haciendo que, de algún modo, acabemos cada uno
las frases que él no acaba. Y es lo que hago yo cada vez que lo leo, haciendo
también mía su experiencia, compartiéndola ambos. En este capítulo, el lector
se convierte también en autor de un texto "escrito" entre ambos.
Por
eso, mis entradas a los pueblos por la noche, se convierten para mí en
literatura. Y esto es un valor añadido a cada excursión.
La
luna viene con nosotros, grande, redonda, pura. En los prados soñolientos se
ven, vagamente, no sé qué cabras negras, entre las zarzamoras... Alguien se
esconde, tácito, a nuestro pasar... Sobre el vallado, un almendro inmenso,
níveo de flor y de luna, revuelta la copa con una nube blanca, cobija el camino
asaeteado de estrellas de marzo... Un olor penetrante a naranjas..., humedad y
silencio... La cañada de las Brujas...
—¡Platero,
qué... frío!
Platero,
no sé si con su miedo o con el mío, trota, entra en el arroyo, pisa la luna y
la hace pedazos. Es como si un enjambre de claras rosas de cristal se enredara,
queriendo retenerlo, a su trote...
Y
trota Platero, cuesta arriba, encogida la grupa cual si alguien le fuese a
alcanzar, sintiendo ya la tibieza suave, que parece que nunca llega, del pueblo
que se acerca…
No hay comentarios:
Publicar un comentario