Esta
tarde parda y fría de invierno me ha recordado el conocido poema de Antonio
Machado, del que ya he hablado en el blog, Recuerdo infantil. Y el poema me ha
trasladado, en un impulso de nostalgia, a esas tardes, pocas por estas tierras,
pardas y frías de invierno en las que estaba yo en clase con mis alumnos; en
clase de lengua y literatura.
Pocas
veces coincidía, pero si lo hacía interrumpía la clase y les hablaba del poema. Y
era bonito, mientras tras los cristales llovía y la luz gris de la tarde
obligaba a encender las luces del aula, recitarles, despacio y mirándoles a la
cara, a sus caras entonces descubiertas, este poema.
Hoy, con este recuerdo grato, lo comparto de nuevo, aunque la tarde ha sido parda y fría, pero no había monotonía de lluvia tras los cristales.
Una tarde
parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase.
En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre
sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un
coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde
parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
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