Hace
ya muchos años, me encontró por casualidad un amigo de la juventud al que había
perdido el rastro hacía ya tiempo. Nos alegramos mucho de volvernos a ver y,
como el momento lo permitía, almorzamos juntos.
Yo
había sido monitor suyo en el Junior, en Valencia, aunque no tardamos en acabar
siendo amigos pues nos llevábamos muy pocos años. Tras un breve repaso a
nuestras vidas actuales y un baño de nostalgia de la juventud pasada, que no
perdida, se sumergió repentinamente mi amigo en aguas profundas.
“¿Fue
bueno aquello que hicimos en el “movi”?” (Así le llamábamos al Junior) “Yo lo
recuerdo con cariño, fui feliz, pero me ha hecho sufrir mucho, y sigo sufriendo
por culpa de aquellos años”.
Y
siguió; como una confesión. “Me hice cargo de la empresa de mi padre. Tengo una
familia que mantener, y mi mujer padece una enfermedad crónica, no de muerte,
pero muy inhabilitante. Pronto me di cuenta que el mundo “real” es una selva
sin principios. Has de avanzar a codazos. O matas o te matan. Mi empresa
funciona bien, tengo muchos trabajadores y gano dinero… Siempre he sido
escrupulosamente legal, pero con la ley en la mano también se puede hacer mucho
daño”.
“El
precio de esto ha sido traicionar todo aquello que aprendí con vosotros en la
parroquia, todo aquello que vivimos juntos, todo aquello en lo que creímos. En
los campamentos, las acampadas, las reuniones, las eucaristías en el monte o en
la iglesia, nos parecía que era posible un mundo que en realidad he visto que no
existe”.
“Un
día tenía una reunión en Barcelona en la que yo sabía que tenía todas las de
ganar y que otros todas las de perder. En Vinaroz llamé, la aplacé y me volví
hecho polvo; no podía. Pero días después tuve que cerrar el trato. Eran o ellos
o yo; y gané yo. Este mundo es así, Jesús”. Y sus ojos brillaban cuando
levantándolos de la mesa los clavó en mí.
Hubo
un silencio. Jesús murió en una cruz, pero vive; es todo lo que pude decirle. Otro
silencio. "Nunca le había dicho esto a nadie", dijo. Y si como con aquello se hubiera quitado un pesado fardo de encima,
la conversación volvió a la superficie.
No
hemos vuelto a vernos, pero aquel almuerzo no lo olvidaré jamás, y yo creo que
él tampoco. He pensado mucho en sus palabras durante estos años, y en su dolor,
causado por su clara conciencia de lo que es y lo que debería ser. Y he pensado
también en la gran responsabilidad que tenemos los creyentes, religiosos o
laicos, cuando hablamos de Dios a los demás.
Y es
que no se puede meter vino nuevo en odres viejos.
Ni
tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los
odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que
echar el vino nuevo en odres nuevos.
Mc.2,22.
Menos
mal que la misericordia y el amor de Dios son infinitos, y absolutamente
necesarios para que todo tenga sentido.
Aclaración:
No
quiero que se malinterpreten mis palabras. No van en modo alguno contra los
empresarios. Mi amigo lo es, por eso hablo de ellos y de ese mundo en esta
entrada, aunque en realidad es él quien habla.
En
todos los ámbitos de la sociedad, y en todas las edades, también los niños, se
puede vivir con más o menos coherencia con el Evangelio, o totalmente en contra
de él. La cuestión es hasta qué punto tenemos conciencia de ello. Mi amigo la
tenía, y muy viva.
No
digo más.
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