FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

domingo, 6 de abril de 2014

Navafría. Hace 35 años.

Este pasado fin de semana estuvimos en Segovia. Aparte de disfrutar de la ciudad bajo la lluvia, todo un lujo, recordar a Machado y comer bien, tuve la oportunidad de hacer un viaje al pasado, un viaje 35 años atrás.
El año 1979, cuando aún estaba en el grupo Junior de San Miguel y San Sebastián, “el movi”, nos fuimos de campamento de Pascua a Navafría, un pueblecito del Guadarrama a media hora escasa de la ciudad.
No sé cómo fuimos a parar allí. El caso es que el Jueves Santo llegamos a un paraje precioso a tres kilómetros del pueblo. Un denso pinar, el suelo muy verde, un bravo torrente y un barracón de madera y piedra iban a ser nuestra casa durante 7 días.
Seríamos alrededor de 50 personas entre niños y monitores y el mayor, con 19 años, era yo, creo recordar. No llevábamos coche, íbamos a dormir en tienda y toda la infraestructura del campamento cabía en el autobús. ¡Imagináosla!
El viernes salió un día limpio y frío. Lo dedicamos a montar “las instalaciones”. Pero en la noche del viernes al sábado nos llegó la sorpresa en forma de un suave repiqueteo en las lonas de las tiendas que nos despertó a muchos. Nevaba, nevaba con ganas. A la mañana siguiente, más de 30 cm. de nieve habían trasformado el paisaje, que estaba increíble, pero la nevada nos había “esclafado el campamento”… Estaban hundidas casi todas las tiendas y el toldo de la cocina, sacos y ropa, mojados, objetos y utensilios perdidos en la nieve… Un cielo oscuro y un intenso frío acabaron de crear un espectáculo desolador.
Cuando íbamos a bajar al pueblo a pedir ayuda, los forestales se adelantaron. Llegaron con un todo terreno y una brigada y nos montaron en el barracón una estufa de gasoil que estuvo día y noche encendida,  y en un claro próximo que había en el bosque, nos  hicieron una enrome hoguera que también ardió día y noche hasta que nos fuimos.
De este modo, el campamento se convirtió en un auténtico ejercicio de supervivencia en plena naturaleza. Dormíamos en el barracón, calentitos, y de día paseábamos por el bosque, charlábamos junto al fuego y bajábamos al barete del pueblo del que guardo gratísimo recuerdo.
Pero aún iba a pasar algo más en ese campamento. La tarde del sábado, cuando nos disponíamos a preparar la celebración de la Vigilia Pascual, a una de las acampadas, hoy muy buena amiga mía, esposa de un no menos buen amigo, y madre de tres hermosos retoños ya bien “criaos”, le cogió una especie de patatús que interpretamos como un ataque al corazón. Le faltaba el aire y comprobamos que tenía una taquicardia salvaje.
Mientras unos monitores entretenían a los niños para que no se dieran cuenta y se asustaran y otros acompañaban a la enferma, un chaval y yo salimos corriendo hacia el pueblo para pedir ayuda. Recuerdo aún aquella carrera de noche, por la carretera nevada y con el miedo de no llegar a tiempo haciéndote sacar fuerzas de flaqueza.
A la entrada estaba el cuartel de la Guarda Civil. Entramos y nos dijeron que el único coche disponible estaba de servicio pero que le llamarían por radio aunque había ido lejos y las carreteras tenían mucha nieve. Tardaría. Continuamos hasta el pueblo, y al entrar en el bar vimos que estaban los forestales. ¡Qué cara nos verían que salieron corriendo con nosotros mientras les contábamos lo que pasaba!
Enseguida, sabían conducir por carreteras nevadas, estuvimos en el campamento. En el momento de arrancar el coche de vuelta a Navafría le cogió otra crisis. Recuerdo la nieve saltando a los lados, los faros iluminando el bosque, las ruedas derrapando en las curvas. Lo recuerdo como si lo viera ahora.
Al llegar, estaba el médico, al que había avisado la Guardia Civil, un grupo de vecinos y llegaba, también a toda velocidad, la patrulla que estaba de servicio.
El médico, tras un minucioso examen, no detectó patología cardiaca alguna aunque como no estaba claro del todo, nuestra buena amiga se quedó, acompañada, en el pueblo, en casa de un vecino que amablemente se ofreció a acogerla en su casa y al día siguiente regresó a Valencia. Nunca más ha vuelto mi buena amiga a tener un susto parecido, ni a dárnoslo.
Este recuerdo, bastante vívido en mi mente, me hace pensar cómo eran las cosas hace 35 años. Aquello eran campamentos, aquello eran aventuras, aquello cambiaba a las personas, aquello nos hacía crecer, aquello nos hacía sentir la vida intensamente.
Doy gracias a Dios por haber podido vivir aquellos tiempos y por haberme podido sumergir  unas pocas horas en el pasado, también en una mañana gris, lluviosa y fría de principios de primavera, 35 años después.

Ayuntamiento de Navafría, frente al bar, donde nos esperaba el médico y la guardia civil.
El torrente, que seguía llenando el bosque con su sonido, como entonces.
Isabel pasea ante el barracón donde aguantamos seis días. Se estaba bien.
Actualmente la zona es una concurrida área recreativa y el barracón, en verano, un bar.
La carretera que llevaba al pueblo.

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