Me ha
sorprendido un señor hoy en la tele diciendo que el tener un contrato de
telefonía móvil con determinada compañía le da paz. Almorzaba en ese momento en
la paz del hogar con la tele puesta
mientras tanto, para entretenerme. Casi me atraganto.
Y enseguida
he pensado, triste señor al que eso le da paz, y triste paz la de ese señor.
¡Qué tontería! ¡Qué insondable majadería! ¡Qué corrupción del lenguaje!
Y ahí
voy; aunque creo que siempre ha sido así, vivimos más que nunca en una
gigantesca orgía de confusión. La palabra, maltratada y adulterada hasta la
saciedad, ya no significa nada. Paz, amor, libertad, justicia, democracia, han
perdido su significado en boca de tontos simplones o sinvergüenzas muy listos.
De tal modo que al diluirse el significado de las palabras, el acceso a la
realidad que nombran queda mediatizado por los intereses de quienes las maltratan
y adulteran; intereses comerciales, económicos, políticos, ideológicos…
Haríamos
bien en pensar el significado de las palabras que usamos, sobre todo cuando
designan realidades importantes. Y también deberíamos preguntarnos qué quieren
decir los demás, sobre todo los medios de comunicación, voceros de los
políticos cuando estos abren sus lindas boquitas.
Normalmente
nada es lo que parece. Estamos en manos de auténticos corruptores del lenguaje.
Es, a fin de cuentas, una forma de hacer política, pero una forma absolutamente
inmoral.
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